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jueves, 5 de septiembre de 2013

General Manuel José Arce (Prócer de la Independencia)



GENERAL MANUEL JOSÉ ARCE

Nació el 1 de enero de 1787 en la ciudad de San Salvador, Guatemala, Hijo de don Bernardo Arce y de doña Dominga Antonia Fagoaga y Aguilar.
Fue elemento principal en los movimientos políticos registrados en San Salvador el 5 de noviembre de 1811 y el 24 de enero de 1814. A raíz de este último movimiento de insurrección fue apresado, y sufrió una prolongada prisión juntamente con otros patriotas que pedían la independencia del Reino. Después se distinguió como jefe militar cuando su Provincia sostenía con las armas la independencia absoluta, obteniendo con su ejército el triunfo en los combates de El Espino, 11 de marzo de 1822; del Calvario, en la ciudad de San Salvador, 3 de junio del citado año; de Chinameca, 12 de diciembre; y del Guayabal-Guazapa, 14 de enero de 1823. La Asamblea Constituyente reunida en Guatemala lo eligió presidente de la Federación, alto y honroso cargo con el que los centroamericanos querían distinguir al varón que tanto había luchado y sufrido por la libertad.

Murió en San Salvador, el 14 de diciembre de 1847.


DON MANUEL JOSÉ ARCE Y SUS ACTIVIDADES
MILITARES EN PRO DE LA INDEPENDENCIA

El general Manuel José Arce, prominente figura de nuestra historia, nació en la ciudad de San Salvador el 1 de enero de 1787, hijo de don Bernardo Arce, Alcalde de segunda nominación de San Salvador, y de doña Dominga Antonia Fagoaga y Aguilar. Su primera instrucción la recibió en la ciudad donde naciera, y pronto fue trasladado a Guatemala donde cursó estudios en el colegio de San Borja, allí se graduó de bachiller. Por razones de familia regresó a su patria cuando había iniciado en la metrópoli estudios en la carrera de medicina.

Sus actuaciones en las luchas armadas en favor de la libertad centroamericana lo distinguen entre los hombres más íntegros de su época. Mucho se le ha discutido en esa actividad; el riguroso análisis de los historiadores traspasó repetidamente los límites de lo creíble, a lo que de continuo llegó a sumarse la intolerancia de la pasión partidista que se empeña en restar méritos a quien se distinguiera en los hechos épicos en que actuara como comandante de los ejércitos defensores de la independencia.

Quienes sin poder apartarse de la linea política se entregaron a su labor de investigación, no lograron llegar a conclusiones que merecieran atraer completamente la opinión general sobre cualquier actitud que pudiera considerarse como dudosa en Arce. Hoy se va llegando a la comprobación de que mucho de lo escrito fue a manera de una cortina de humo para que a las nuevas generaciones no les fuera del todo posible justipreciar las virtudes cívicas y los arrestos militares de este alto personaje centroamericano, que tanto se distinguió por sus sentimientos libertarios desde muy temprano de su edad.

En estas lineas sólo trataremos de hacer un relato concreto de la actuación de don Manuel José Arce en los diversos movimientos militares en los que actuara; primero, buscando la emancipación de España, después, defendiendo con su espada la libertad absoluta de Centro América. A ello vamos derechamente.

5 de noviembre de 1811. Correspondió a don Manuel José Arce ejecutar el plan formulado por el doctor presbítero José Matías Delgado, los tres hermanos y elementos del clero salvadoreño, Nicolas, Manuel y Vicente Aguilar; los señores Juan Manuel Rodríguez, Domingo Antonio de Lara, Miguel y Juan Delgado, Mariano José de Lara, Carlos Fajardo, Francisco Morales y Pedro Pablo Castillo. El plan tendía a tomar la intendencia de San Salvador, destituir al intendente de la provincia, don Antonio Gutiérrez de Ulloa y, ejecutado esto, hacer la proclamación de la independencia. En ese plan se contaba de antemano con la cooperación de muchos correligionarios de Zacatecoluca Y Metapán. En San  Salvador todo se hizo como estaba previsto, pero en los departamentos citados no se acciono como estaba concertado. Sin embargo, el grito de rebelión contra España, dado el 5 de noviembre de 1811, fue el suceso que encendió el ánimo he hizo abrir los ojos de los habitantes de las cinco provincias, marcando el principio de los movimientos en favor de la emancipación. Arce contaba solamente 24 años al registrarse ese glorioso suceso en el que fue principal ejecutor. Esta vez no se juzgó con severidad a los responsables de la insurrección.

24 de enero de 1814. Un nuevo intento para alcanzar la libertad se registro en San Salvador. Lo prepararon casi los mismos elementos que tomaron parte en la conspiración de 1811, más los señores Santiago José Celis, Leandro Fagoaga, Juan de Dios Mayorga y Juan Aranzamendi. Arce tuvo a su cargo el asalto a la intendencia. Esta vez los conspiradores que habían alentado la liberación fueron encarcelados o desaparecieron. Las autoridades coloniales de Guatemala movilizaron fuerzas para sofocar la rebelión, nombrando jefe de ellas al coronel José Méndez y Quiroga. Arce  sufrió una prisión que duró más de cinco años. Fue dado libre en virtud de una amnistía general.

3 de marzo de 1822. La anexión a México fue decretada en Guatemala el 5 de enero de 1822, Los independientes de San Salvador elevaron su voz de protesta contra una medida atentatoria a la soberanía nacional y declararon la separación de su provincia de la de Guatemala. La junta de gobierno presidida por el padre Delgado nombro a Arce general en jefe del ejército local.

Inconforme con esa actitud de los sansalvadoreños, el capitán general Gabino Gaínza dispuso reducir a los "sediciosos" y dio instrucciones al sargento mayor Nicolás Abos Padilla para que poniéndose al frente de los contingentes anexionistas de Santa Ana y Sonsonate, pasara a San Salvador a restablecer el orden. Al enterarse los independientes de este suceso, dispusieron que salieran de la capital fuerzas al mando de Arce. Este ocupó Santa Ana, sin resistencia; siguió las huellas del enemigo hasta darle alcance. Las fuerzas de Abos Padilla fueron atacadas en El Espinal, por sorpresa, primero de frente e inmediatamente de franco, logrando Arce deshacer la columna anexionista. Las tropas que no fueron envueltas escaparon abandonando las armas. Esta derrota infligida por las fuerzas de Arce a la de los anexionistas hirió el orgullo del capitán general Gaínza, quien sin estar autorizado por la Junta Consultiva dispuso llevar la guerra a San Salvador con un poderoso ejército.

3 de junio de 1822. El coronel Manuel de Arzú fue nombrado jefe del ejercito que se organizara en Guatemala y algunos departamentos de El Salvador para batir a los "sediciosos" que pedían la libertad absoluta, contrariando los designeos del entonces regente del imperio mexicano don Agustín de Iturbide. Casi tres meses se ocupó Arzú en la organización y entrenamiento del ejército bajo su mando. Mientras tanto, Arce trabajaba en la fortificación de Ayutuxtepeque, Atajo y Milingo, cercanos a San Salvador. Arzú tuvo la excelente idea de atacar a los independientes por el lado de que carecía de fortificaciones. Adentrándose  penosamente  en un camino estrecho, hizo un largo rodeo por el volcán. El amanecer del 3 de junio le puso a la vista San Salvador. Ordenó a sus extenuadas tropas que iniciaran el ataque a la plaza; allí se luchó durante todo el día. Los defensores, los atacados imprevistamente en su propia plaza supieron sostener sus lineas, Arce dicto la disposición más atinada: mantener el combate para agotar aún más al enemigo. Al atardecer, Arzú dispuso la suspensión de fuego, temió quedarse encerrado en la ciudad durante la noche, y ordenó la retirada por el mismo difícil camino por donde había llegado. Sus tropas, físicamente extenuadas, apenas cargaban las piezas de artillería por aquella ruta estrecha en la oscuridad de la noche. Al volcarse un cañón hirió a los hombres que lo conducían, registrándose por ese accidente un gran desorden en la vanguardia, por los gritos desesperados de lo heridos. Se creyó que los salvadoreños atacaban a las fuerzas en retirada, y esto bastó para que las tropas de Arzú se dieran a la desbandada, abandonando todo el armamento que enseguida pasó a manos de Arce. En la batalla del 3 de junio de 1822, Arzú cometió el error de no dejar fuerzas de reserva en su retaguardia, lanzó el grueso de su ejército al combate, olvidando que sus tropas maltrechas no podrían resistir las fatigas de un día entero de lucha. Y la victoria fue de Arce.

Vicente Filísola
14 de enero de 1823. El primer encuentro de las tropas "de protección" enviadas por Iturbide a Centro América, demostró al jefe de esas fuerzas, brigadier Vicente Filísola, que los defensores de la libertad, dirigidos por el general Manuel José Arce, peleaban con todo el coraje y determinación. La batalla se registró en el sitio ubicado entre Guazapa y El Guayabal, a pocos kilómetros de San Salvador. Filísola, fortificado en la hacienda Mapilapa, hizo primero resistencia al ataque; después se negó a aceptar el reto de Arce para salir a pelear en campo raso, permaneciendo ocioso durante veintidós días.

7 de febrero de 1823. Arce fue victima de una enfermedad que en aquellas apremiantes circunstancias lo obligó a retirarse del mando del ejército. Este suceso llegó al conocimiento de Filísola, quien aprovechó la oportunidad de que los defensores de San Salvador carecieran de un jefe del temple de Arce para lanzarse sobre la plaza enemiga con todas las fuerzas que había organizado. Las columnas invasoras encontraron dura resistencia durante todo el día. Y cuando la plaza estaba para caer ante el empuje de las fuerzas superiores en número, el general Manuel José Arce, enfermo e impotente, fue sacado en litera de la ciudad. Imposible fue para aquel  soldado, amante de la libertad, defender con su espada el ataque de los invasores. Y se ha escrito que si él hubiera dirigido el combate, la plaza salvadoreña no habría caído en poder de las fuerzas imperiales.

El sitio y captura de San Salvador es narrado por Joaquín García en el libro General don Manuel José Arce, como sigue:

"Para las operaciones militares contra San Salvador, Filísola, según el informe que rindió desde Mapilapa a las Secretarías de Guerra y Marina y de Justicia y Negocios Eclesiásticos del Imperio, el 22 de diciembre, 2 cañones de a 4, uno de a 3, y 1 obús de 3 1/2 pulgadas. En Guatemala tenía 300 hombres que mandó aumentar a 400. Pidió a Ciudad Real 200 hombres con el objeto de sacar de la primera igual número para reforzar su División. Mandó poner sobre las armas en Chiquimula, 120 hombres. Omoa estaba protegida con 300 y Sonsonate con 120. Todas estas fuerzas, a excepción de los 450 hombres que trajo de Oaxaca, eran bisoñas, con poca instrucción y disciplina. La pólvora no le faltaba, pues la fábrica de Guatemala trabajaba sobre la marcha. Carecía en cambio de balas rasas, de cañones de diferente calibres, y estaba dispuesto a hacerlos fundir de cobre. La Tesorería guardaba 25,000 pesos y las tropas estaban pagadas, pero lo alarmaba el porvenir, por las dificultades que se presentaban en el pago de las libranzas sobre Londres.

Según ese mismo informe, las fuerzas de San Salvador constaban de 5,000 hombres, de éstos 1,500 armados con machetes, espadas, escopetas y sin paga. Tenían además 30 cañones, de todos los calibres. No había disciplina ni jefes.

Desde el principio Filísola pensó dejar en Mapilapa una división al mando del Coronel Arzú y constituirse con otra en San Vicente para evitar una salida de los enemigos hacia San Miguel.

El 12 de diciembre, efectuó el primer reconocimiento en la cuesta del Atajo. El 16 continuó en esa tarea en todos los puntos inmediatos a San Salvador, interceptó los víveres destinados al enemigo y en tanto que organizaba la defensa con tropas procedentes de San Miguel, Comayagua, Guatemala, Quetzaltenango y Chiapas, daba instrucción, vestidos, municiones de guerra, medicinas y alimentos, apareció el paludismo entre sus tropas tanto en Santa Ana como en su Cuartel General, pero más en la primera. El ayudante de Campo Rafael Lorenzani fue comisionado para que pasara a la Villa citada a poner el Hospital en condiciones de prestar mejor asistencia y curación a todos los enfermos, tropa y civiles. Contenida un tanto la epidemia, resolvió dar un golpe decisivo el 7 de febrero, para lo cual hizo que se efectuara otro reconocimiento en Milingo y Soyapango, cuyas fortificaciones eran las más fáciles de vencer. El 6, salió su Segundo Comandante Militar Coronel Francisco Cortázar para Apopa al frente de una división compuesta del Primer Batallón y Escuadrón No. 8 con órdenes de aproximarse por la noche a las trincheras de Milingo con el objetivo de simular un ataque y luego irse con él a la hacienda. El Ángel antes de amanecer, para hallarse todos el 7 en el camino de Ayutuxtepeque. El Teniente Coronel Cayetano Bosque fue destinado a la cima del volcán con un obús para hacerse ver del enemigo y llamarle la atención con dos tiros. En Mapilapa quedó el Coronel Graduado don José Francisco del Paso con una compañía de fusileros, 2 cañones, el Escuadrón de Dragones al mando del Teniente Coronel José Luis González Ojeda y el resto del escuadrón de Sonsonate dividido en 2 partes, una al mando del Teniente Coronel José Ignacio del Valle y la otra al de igual grado Juan Nepomuceno Pérez, un obús y dos cañones. A las dos de la mañana el general Filísola se dirigió a El Ángel. La marcha fue lenta y dificil entre la obscuridad y la fragosidad del camino. Así, no pudo llegar a la hora fijada. Desde ese momento, el enemigo observó todos sus movimientos desde El Atajo hasta Ayutuxtepeque, por lo que resolvió dejar en la hacienda citada, una compañía de cazadores del Batallón No. 3 y una parte del Escuadrón de Sonsonate al mando del Coronel Arzú para que lo sostuviera en el caso de una retirada.

Antes de emprender una acción decisiva, quiso el General Filísola llamar una vez más la atención de los salvadoreños hacia otro punto delante del Atajo. Encargado de esa misión fue el Coronel Cortázar con órdenes de que se le reuniera luego en el sitio des ataque. Por los caminos de la izquierda y de la derecha, hizo avanzar a los Tenientes Coroneles González Ijeda, Manuel Gil Pérez y Félix Aburto con el Batallón No. 2, las compañías de granaderos de los Batallones 1 y 3 y una parte del Escuadrón de Sonsonate. Esta tropa pasó el cerro de Ayutuxtepeque bajo los fuegos del enemigo, atravesó quebradas montuosas y estrechas dominadas por alturas pequeñas pero desiguales, sembradas de platanares y cañaverales que ofrecían un punto admirable para la defensa. Fue aquí donde los salvadoreños reunieron la mayor parte de sus fuerzas por estar a inmediaciones de Mejicanos, el Atajo y Ayutuxtepeque. No perdieron tiempo. Rompieron los fuegos de fusilería y artillería sobre las tropas de Filísola que fueron rechazadas por dos veces. El Coronel Cortázar no había llegado todavía, por lo que Filísola resolvió esperarlo allí mismo con su Estado Mayor, muy cerca de las trincheras en donde hizo colocar cien hombres para impedir que los salvadoreños sitiados en el Atajo, lo atacaran por la retaguardia. Habiendo llegado Cortázar lo hizo avanzar por el camino de la izquierda. Después de una encarnizada lucha por espacio de dos horas Filísola se apoderó de las trincheras que ocupaban los salvadoreños, quienes se retiraron a Mejicanos. La persecución se inició inmediatamente por callejones peligrosos por su estrechez, cercas de piña, maderos, inmensos boscajes de platanares, y caña de azúcar.

Llego a Mejicanos en donde los salvadoreños habían establecido su Cuartel General, se apoderó de la plaza y de una pieza de artillería y a continuación, se dirigió al cerro del Ayutuxtepeque con una escasa fuerza, Al llegar a la cumbre, los salvadoreños posesionados aun del Atajo le hicieron fuego de artillería. No tuvo más remedio que bajar precipitadamente a ordenar a Gil y Aburdo que atacaran al enemigo por la retaguardia y se posesionaran del cantón, lo que cumplieron matemáticamente.

Otra vez fue atacado por los salvadoreños en Mejicanos desde diferentes calles de la población, como a las 3 y media de la tarde. La plaza estaba mal defendida por un barranco en forma de semicírculo. Las alturas superiores fueron ocupadas. Los salvadoreños en derrota aprovecharon ventajosamente los parapetos que le ofrecían las tortuosidades y sementeras del barranco que era menos que el camino real que conducía a San Salvador. Reforzada la plaza con nuevos contingentes, siguió el combate por espacio de tres horas a cuyo término los salvadoreños avanzaron por el barranco a tomar la dicha plaza. Filísola, ante tanto heroísmo, ordeno al Comandante Pedro Anaya para que con su Escuadrón y alguna infantería los atacase a degüello y que procediese de ese mismo modo por la izquierda el Teniente Coronel Luis Ojeda con el suyo. Fue tanto el empuje que estos hicieron, que continuó el tiroteo, se pudo dar desde entonces como terminada la jornada. Pudo Filísola ocupar inmediatamente la ciudad de San Salvador, pero resolvió pasar la noche en Mejicanos porque su tropa estaba muy cansada con dos noches de desvelo y un día sin comer...El doctor José Matías Delgado y don Manuel José Arce, con sus jefes y Oficiales y un resto de sus fuerzas, unos 600 hombres, marcharon a Olocuilta, la noche del 8 de febrero. Arce iba padeciendo de una grave erupción cutánea. Fue sacado, según el doctor Cevallos, en camilla... Ya para terminar su extenso informe al Secretario de Estado y del despacho de Guerra y Marina, fechado en San Salvador el 26 de febrero, el general Filísola dijo: Concluida la guerra no queda fuerza armada alguna ni dispensa, ni reunión de hombres sin armas quedando al servicio de la nación, 36 cañones de todos calibres, más de mil fusiles, algunas carabinas y otras armas, como 300 tercios de tabaco y no pocos añiles, con otros objetos, siendo lo más lisonjero para mí el haber contenido a un tiempo la anarquía y la efusión de sangre que produciría la continuación de la guerra...".

Había caído San Salvador, ciudad de habitantes heroicos. Arce anduvo errante, atendiendo su mala salud. Mas el valiente militar, defensor de la independencia absoluta, sobrevivió a aquella hecatombe. En 1824 formó parte del primer gobierno colegiado; después se le envió en labor de pacificación a Nicaragua, misión que cumplió como militar, con notable éxito. El 29 de abril de 1825, tomó posesión del cargo de presidente de la Federación, siendo el primer centroamericano que ocupaba ese alto cargo. Es indudable que hubo graves anomalías en el escrutinio de las elecciones de presidente: Valle tenía 41 votos; Arce, 34; Cabeza de Vaca, 2; Milla, 1; Castilla, invalidado como eclesiástico, 1; total 79. Como no reunió ninguno los 42 votos, el congreso dispuso hacer la elección, favoreciendo el resultado a Arce, que obtuvo 22 votos contra 5 de Valle.

Después, se desataron las tormentas que se esperaban en un ambiente cargado de odios, violencias, prejuicios y pasiones exaltadas, hasta llegarse a la lucha armada, encendiéndose la guerra civil. Arce, demostrando sus conocimientos militares, batió al ejército invasor que contaba entre sus jefes al francés Nicolás Raoul, en Arrazola, el 28 de marzo de 1827. Y siguió la anormalidad en la que Arce sufrió, una y otra vez, la más azarosas vicisitudes, lo que obligó a deponer el mando el 14 de febrero de 1828, en el vicepresidente don Mariano Beltranena. Había sido víctima de la inexperiencia política. Es innegable que cometió reiterados errores de los que nadie abría podido eludir en un régimen del todo inapropiado para la incipiente nación. Fue tema de Arce apartar de los servicios de la nación al coronel instructor de artillería Nicolás Raoul, a lo que se oponía el jefe de Estado, Aycinena. Y en esos empeños sufrió muchas contrariedades. Después, al igual que otros guatemaltecos supo de los sinsabores del exilio, y en su rebeldía organizo revoluciones, una de ellas fue repelida en tierra mexicana por el francés Nicolás Raoul.

Volvió a su patria, El Salvador, cuando su salud ya no le permitía la constante actividad a que estaba acostumbrado. Sus últimos años fueran de pobreza y carencia de amistades. El general Manuel José Arce, falleció en la ciudad de San Salvador el 14 de diciembre de 1847, a las tres de la tarde. Sus funerales se celebraron en la iglesia de San Francisco, y solemnemente fueron inhumados sus restos en la iglesia de La Merced, la misma donde recibió las aguas del bautismo. Sobre Arce, escribió Francisco Gavidia:

 "A lo César narró dignamente lo que ejecutó su brazo: elocuente, elegante, si bien apasionado como actor, principal y combatido de los hechos de la historia; es el primer historiador como que su historia es el producto espontáneo de los sucesos, las pasiones y las ideas de su tiempo".

Arturo Valdés Oliva
Breves apuntes sobre la Independencia
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1969

jueves, 22 de agosto de 2013

Guerra contra los Ingleses y la Administración de don Matías de Gálvez

Matías de Gálvez y Gallardo

GUERRA CONTRA LOS INGLESES Y
ADMINISTRACIÓN DE DON MATÍAS
DE GÁLVEZ

La historia de Centro América, desde su conquista por los españoles en el siglo diez y seis, hasta el quince de septiembre de mil ochocientos veintiuno, fecha de su emancipación política, ha sido aún muy poco estudiada. En ese periodo de casi trescientos años, durante el cual crece, se organiza y desarrolla un pueblo entero, se verificaron hechos notabilísimos y dignos de ser conocidos, no solo por su importancia histórica, sino también por las benéficas enseñanzas que de ellos puede deducir el ciudadano.

En materia de guerra, sobre todo, nuestros anales no son tan pobres que no puedan ofrecer al soldado hermosos ejemplares de valor, de lealtad y de patriotismo. Desde la fabulosa expedición de don Pedro de Alvarado al Perú, en la que nuestras tropas en la lucha constante con la naturaleza lograron atravesar las enhiestas cumbres de los Andes, hasta las reñidas campañas habidas con los ingleses a fines del pasado siglo*, el soldado guatemalteco ha dado repetidas y elocuentes pruebas de su valor en los combates, de su serenidad en los peligros, de su paciencia en los trabajos y de que sabe morir con heroísmo cuando no puede alcanzar los laureles de la victoria.

Y sí todos los hechos acaecidos durante el gobierno colonial son ignorados por la generalidad de los guatemaltecos, lo son las campañas contra los ingleses, ya citadas, las cuales, sin embargo, deberían de estar en la memoria de todos los hijos del país, no solo por su gran significación en la historia de la patria, sino también por la gloria que reflejan sobre Guatemala.

Trazar a grandes rasgos estos y los otros notables acontecimientos verificados durante la presidencia de don Matías de Gálvez, es el objeto de los presentes apuntes, que arrojarán alguna luz sobre la tiniebla de nuestro pasado en beneficio del presente y del porvenir y que servirán quizás para que algún concienzudo historiador de pluma más competente que la nuestra, desarrolle esta materia con la extensión y lucidez que merece.

*

Corría el año mil setecientos setenta y ocho y se realizaban trascendentales acontecimientos en las colonias inglesas del Nuevo Continente.

Era el tiempo en que los naturales de América del Norte, impulsados por el amor a la libertad y ansiosos de ocupar en el mundo el honroso puesto a que les daba derecho su educación política, sus grandes riquezas y la extensión de su territorio, habían tomado las armas ardorosamente para defender sus prerrogativas, sacudir el yugo de Inglaterra y conquistar su independencia y autonomía. Jorge Washington, ese nuevo y glorioso Cincinato, abandonaba la tranquilidad del hogar doméstico para colocarse al frente de los ejércitos patriotas, y después de sufrir con entereza estoica continuos trabajos y reveses se coronada de laureles alcanzando las victorias de Trenton y Saratoga. La causa de los americanos se fortalecía más cada día en los campos de batalla y en la región de las ideas, las tropas libertadoras avanzaban sin cesar, los ingleses sufrían grandes descalabros y ya clareaba en el horizonte la aurora de la libertad de un gran pueblo.

Franklin fue enviado por sus compatriotas a invocar la protección de Francia, y Francia, la eterna enemiga de Inglaterra y la amiga constante de la libertad , se unió a los americanos, reconoció su independencia, y sus escuadras y batallones combatieron contra los ingleses, aquéllas en las aguas de agitados mares y éstos en los campos del nuevo mundo.

 España no pudo permanecer neutral en semejante contienda. Dueña de inmensos territorios situados al sur de las colonias sublevadas, unida a la corte de Versalles con vínculos de amistad y de familia, y fuerte y poderosa, merced al reinado reparador de Carlos III, estaba llamada a representar u papel importantísimo en aquellos acontecimientos. Al  ver solicitada su alianza por ingleses, americanos y franceses, quiso en un principio ejercer las funciones de mediadora entre las potencias beligerantes; mas, las circunstancias políticas y las ideas de sus gobernantes, la obligaban a dejar esa posición y a proteger resueltamente (tal vez en perjuicio de sus propios intereses) la causa de los americanos.

En junio de mil setecientos setenta y nueve, Carlos III retiró de Londres a su embajador, conde Almodovar, y la guerra entre España e Inglaterra quedó formalmente declarada.

Los efectos de esta declaración se sintieron en América antes que en Europa; y si bien los españoles al mando de don Bernardo de Gálvez (hijo del presidente de Guatemala), conquistaron La Florida, en cambio las colonias de Centro América se encontraron terriblemente amenazadas. Nunca, en los días del gobierno colonial, se vio el reino de Guatemala en mayor conflicto: sin marina de guerra, exhausto el tesoro público, pequeño y poco disciplinado ejército, tenia, sin embargo, que luchar contra los ingleses, cuyas poderosas escuadras lo amenazaban por el norte y cuyos establecimientos por Belice, en Bluefields y en las islas de Roatán, facilitaban el desembarco de tropas y toda clase de operaciones militares. La corte de Inglaterra además, por medio del gobernador de la isla de Jamaica y de otros subalternos, puso el mayor empeño en conquistar estos países que tenían para ella el doble de atractivo de su excelente posición geográfica y de sus grandes riquezas naturales. El peligro para Guatemala fue muy grande; pero satisfactorio es decirlo, fue conjurado y vencido por el valor y el patriotismo de sus hijos.

En septiembre de mil setecientos setenta y nueve comenzaron las hostilidades entre los centroamericanos y los ingleses.

El primer ataque de éstos se dirigió contra la histórica fortaleza de San Fernando de Omoa, defendida por quinientos hombres entre guatemaltecos y hondureños, al mando del comandante don Santiago Desnaux, francés de origen, pero que hacia algún tiempo estaba al servicio de España. El veinticinco de septiembre del año citado, cuatro grandes navíos de guerra entraron en el golfo de Honduras y emprendieron contra la ciudad y castillo de Omoa un nutrido bombardeo. La artillería del fuerte contestó ventajosamente al enemigo, y después de algunas horas de terrible combate, los buques se retiraron del puerto con pérdidas y daños considerables.

Imposible describir el júbilo y entusiasmo de nuestras tropas en aquel día memorable; entusiasmo y júbilo legítimos y naturales, puesto que habían alcanzado la palma de la victoria en la primera acción de guerra de aquellas prolongadas campañas gloriosas sostenidas contra fuerzas europeas superiores a las nuestras en número y disciplina.

Esta jornada produjo el doble efecto de infundir confianza y decisión en los ánimos de los centroamericanos y de enseñar a los ingleses que tenían que luchar contra no despreciables contendientes.

Navíos de Linea Ingleses
Pasaron algunos días sin que el enemigo se presentase en nuestras costas; pero el dieciséis de octubre del mismo año, el comodoro Sutterell y el capitán Dalrymple, atacaron el castillo con doce navíos de linea, un gran cuerpo de tropas y una horda de indios mosquitos, sus aliados. El combate duró todo el día dieciséis, con igual encarnizamiento por una y otra parte, y a la caída de la tarde, los ingleses se retiraron del puerto, habiendo perdido dos buques que fueron varados por la artillería del castillo y sufrido, además, otros daños de consideración. Ebria de gozo la guarnición del pueblo por haber alcanzado tan espléndido  triunfo y creyendo que la retirada de tan poderosa escuadra era definitiva, entregose al descanso y al placer, y olvidó los deberes militares. ¡Lamentable conducta que produjo bien pronto tristísimas consecuencias!

Al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, una horda de zambos procedentes de las costas del norte de Honduras, a quienes los ingleses habían ganado con falsas promesas, ocupa la altura de la parte sur de la ciudad, e incendia las rancherías que estorban las operaciones de sitio, mientras los ingleses aprovechándose, de la confusión que estos hechos producen en los sitiados saltan rápidamente a  tierra y el toque de diana emprenden valerosamente el salto, sirviéndose de varias escalas pertenecientes al comandante de la guarnición y que, por un reprensible olvido, estaban abandonadas en las afueras del castillo.


El éxito de semejante lucha no era dudoso. Desprevenidos los defensores de Omoa, a causa de las imprudentes expansiones de júbilo a que se entregaron la noche anterior y sorprendidos de la rapidez y audacia del ataque, no tuvieron tiempo de defenderse: agréguese a esto la defección de una compañía de negros, que cayó prisionera en el momento de romper una puerta del fuerte para fugarse, y se conocerán las causas de que el enemigo haya tomado en tan poco tiempo una plaza que el día anterior no pudo rendir después de diez horas de combate.

El triunfo de los ingleses fue completo. Apoderándose de todo armamento del castillo, hicieron cuatrocientos prisioneros (pues de las tropas guatemaltecas solo se escaparon cien hombres, entre los cuales estaba el comandante Desnaux), y apresaron varios buques mercantes que estaban anclados en la bahía, cargados de mercadería pertenecientes a comerciantes guatemaltecos, y cuyo valor ascendía a tres millones de pesos.

Jamás, en los días de la denominación española, había sufrido el reino de Guatemala un golpe tan rudo, pues además de las citadas pérdidas materiales, la conquista de Omoa (el mejor y más fuerte de los castillos del reino), era una verdadera amenaza y un gran peligro para estos países que podían ser subyugados fácilmente, si se atiende a los escasos medios de defensa que entonces poseían, a la ventajosa posición del enemigo y a la disciplina, riqueza y mejor número de sus tropas.

No se crea que el amor patrio nos lleve a dar a estos acontecimientos más importancia de la que en sí tienen; pues allí están en nuestro apoyo varios historiadores británicos que al ocuparse de estas campañas nos dicen que los ingleses apreciaron de tan gran manera la conquista de Omoa, que la consideraron como brillante compensación de la península de Florida.

Los enemigos abusaron bárbaramente de la victoria: no solo negáronse a entregar las mercaderías apresadas, por las que ofrecía el comercio guatemalteco un gran rescate, sino que, contraviniendo además a los principios de derecho de gentes y a los preceptos de moral, quitaron la vida a sus infelices prisioneros e incendiaron y saquearon bárbaramente la ciudad de Omoa.

Acontecimiento tan doloroso como la pérdida de esta fortaleza, más que a otras causas debe atribuirse el descuido e impericia de jefe don Santiago Desnaux, quien no supo o no pudo dirigir bien la defensa. Así lo comprendieron las autoridades españolas, pues en comunicaciones dirigidas por el presidente don Matías de Gálvez al gobierno de la metrópoli, se dice que Desnaux fue procesado por este hecho, en la audiencia de La Habana.

Por lo que hace a las tropas nacionales debemos decir que se portaron con verdadero valor, y que si no se defendieron por más tiempo, debido fue a los motivos citados, a la sorpresa que naturalmente produce un inesperado ataque, a la falta de orden y sobra de confianza, y al mayor número y mejor disciplina del ejército ingles.

II

Gobernaba las colonias de Centro América en la época en que se verifican los sucesos referidos, el excelentísimo señor teniente general de los reales ejércitos don Matías de Gálvez, quien, de comandante de las islas Canarias, pasó a Guatemala en 1778, con el empleo de inspector general de tropas y milicias del reino y que, más tarde, en 1779, sustituyo en la presidencia del mismo al señor don Martín de Mayorga.

Era el señor Gálvez persona muy conocida y estimada por su basta instrucción, por su tino y prudencia en el manejo de los negocios públicos y por sus largos y patrióticos servicios. Por esta razón, al saberse en Guatemala su nombramiento para capitán general del país y presidente de su Real Audiencia, renacieron el gozo y la esperanza en los corazones de todos los guatemaltecos abrumados entonces por el peso de grandes y continuas desgracias.

Las ilusiones de los patriotas se vieron bien pronto realizadas; pues, desde los primeros días de su gobierno, supo el nuevo presidente satisfacer con sabias y oportunas disposiciones las necesidades más perentorias de la administración pública, infundir confianza y tranquilidad en el decaído ánimo de sus súbditos y atraerse el amor y respeto de criollos y peninsulares con sus finos modales, con su intachable conducta, con su benevolencia y desinterés, y con otras muchas buenas cualidades que hacían de él, más que un severo magistrado, un amoroso padre de familia.

No debemos ni queremos desaprovechar esta ocasión de tributar algunos elogios a aquel honrado gobernante y probo ciudadano; pues ni es deber del imparcial y justo historiador censurar a los capitanes generales españoles que en el gobierno de estos países cometieron toda clase de abusos y arbitrariedades y atendieron más a sus propios medros que al bienestar de la sociedad, también lo es honrar la memoria de los jefes que, como el jefe del que ahora hablamos, usaron del poder bondadosa y equitativamente y atendieron, más que a su interés personal, al progreso y felicidad de sus gobernados.

Ocupado se hallaba el presidente Gálvez en la fundación de Guatemala en el valle de la Ermita, y en otras importantes y pacíficas obras, cuando recibió la noticia de la declaratoria de guerra entre España e Inglaterra y las tristísimas nuevas de la conquista del puerto de Omoa por las  tropas de esta última nación. Inmediatamente, y sin desatender en absoluto los trabajos que antes embargaban su intención, puso su principal empeño en prepararse para la defensa y protección del país y en reunir tropas, armamento, viveres y demás elementos necesarios para hacer la guerra ofensiva y arrojar al enemigo, no sólo de Omoa sino también de otros territorios que nos tenía usurpados.

Grandes fueron los obstáculos que el señor Gálvez encontró en la realización de sus proyectos; pero todos los venció con su fecunda iniciativa, constante actividad e indomable perseverancia.

Exhausto el tesoro público a causa de las erogaciones hechas en la fundación de la nueva capital en el valle de la Ermita, el capitán general tuvo que reunir los fondos necesarios para la campaña, dictando extraordinarias pero indispensables y legítimas disposiciones, como el levantamiento de empréstitos, la imposición de moderadas contribuciones y la inversión, en la guerra, de rentas destinadas a otros ramos de la administración pública. No satisfecho aún con estas medidas, solicitó auxilios pecuniarios de México y de Cuba; solicitud casi infructuosa, pues el gobierno de Cuba no dio ninguna cantidad, y aunque México envió quinientos mil pesos, esta suma llegó a Guatemala cuando el peligro ya se había conjurado.

Si el estado de la hacienda nacional no era satisfactorio, tampoco lo era el del ejército, el cual se componía únicamente de dos batallones de la capital, el de dragones y el de Fijo, y de pequeñas guarniciones residentes en varias de las principales ciudades y fortalezas del reino; ejército casi insignificante, de escasa o ninguna instrucción militar y sin muchos elementos para sostener una reñida y prolongada contienda. Gálvez, sin embargo, no arredra ante estos obstáculos: aumenta sus tropas con gran número de voluntarios y nuevos batallones, pasa la mayor parte del día disciplinarlos y reúne, a costa de numerosos sacrificios, armas, víveres y demás elementos bélicos.

Concluidos estos y otros preparativos, el presidente se decidió a emprender la reconquista de Omoa. Bien hubiera podido, ya que su empleo y su avanzada edad lo autorizaba para ello, confiar la inmediata dirección de la empresa a jefes subalternos y atender y dirigir la campaña desde el recinto d su gabinete; pero creyendo que su deber lo llamaba al sitio de las operaciones militares y deseando por otra parte animar con su ejemplo y valor personal a sus noveles soldados, púsose al frente de las tropas y con ellas salió de Guatemala en octubre de 1779.

Jamás se había visto en la capital del reino interés y entusiasmo iguales a los que manifestaron en esta ocasión todas las clases de la sociedad: grandes y pequeños, ricos y pobres, naturales y españoles, todos recogían con avidez las noticias de la guerra, comentaban los sucesos, vitoreaban a la patria y al rey Carlos III, pedían venganza de la injuria hecha a la nación por los ingleses y, no limitándose en la hora del peligro a simples manifestaciones de palabra, ayudaron con obras a la defensa común, dando los ricos parte de su peculio para atender a los gastos de la guerra, alistándose los muy pobres en las filas del ejército y contribuyendo cada cual, según sus facultades, a la obra sagrada de defender la integridad de la Nación.

Y era natural que así sucediese; pues, además de que todos los pueblos, aun los más salvajes, se llenan de santa cólera y empuñan las armas cuando se les quita sus territorios y se destruye sus hogares, la ciudad de Guatemala ya tenía, a fines del siglo dieciocho, la cultura suficiente para que sus habitantes, manifestasen la indignación propia de un pueblo que conoce sus derechos, que ama la honra nacional y que está en vísperas de conquistar su independencia y autonomía.

Y al hablar de la cultura de esta ciudad en aquel tiempo, no se nos arguya (permítasenos la digresión), con el gastado estribillo de la "la obscura noche del coloniaje", pues la historia nos atestigua que, durante la dominación española, la instrucción pública se iba difundiendo, aunque lentamente, en nuestras poblaciones, sobre todo desde que la dinastía de los Borbones subió al trono de Isabel la Católica y de Carlos V.

Gálvez como ya se dijo, salió de la capital a fines de octubre de 1779, en medio de los aplausos y vítores de sus súbditos, Al pasar por los pueblos del tránsito, la novedad de un presidente que salia a compaña, por una parte, y por otra el natural deseo de tener alguna participación en las aventuras y glorias de la guerra, hicieron que se aumentase el ejercito con muchos voluntarios de Chiquimula y con varios de otras provincias circundantes.

Fortaleza San Fernando de Omoa

Grandes fueron las fatigas y penalidades que encontraron las tropas en su viaje por extensas regiones y ásperas montañas, en donde o no había caminos o los existentes se hallaban obstruidos por las lluvias; todas ellas, sin embargo, las sufrieron nuestros soldados con entereza y resignación tales, que a principios de noviembre acamparon ante los muros de Omoa, dispuestos a perecer o a reconquistar la fortaleza.

III

Antes de relatar los sucesos de la reconquista de Omoa, permítasenos refutar el error en que han incurrido algunos historiadores, propios y extraños, al tratar de esta materia.

El conocido escritor guatemalteco, presbítero Domingo Juarros, en el capítulo I, tratado III, tomo II del "Compendio de la historia de la ciudad de Guatemala". y el escritor mejicano Andrés Cavo, en la página 166 de su obra intitulada "Los tres siglos de la monarquía en Méjico", afirman que en la recuperación de Omoa no hubo combate de ninguna especie, por que al llegar al castillo la fuerza guatemalteca, ya los ingleses lo habían abandonado.

Para convencerse de la falsedad de este aserto, basta citar lo que acerca del mismo punto dicen los más verídicos historiadores, tanto nacionales como extranjeros. El ilustrísimo señor arzobispo de Guatemala, don Francisco de Paula García Peláez, en el tomo III, capítulo 109 de sus "Memorias para la historia de Guatemala"; el norteamericano Hubert Bancroft, en el tomo II, capítulo 34 de su obra "History of Central América"; don Modesto Lafuente, en el tomo 20, capitulo 13 de la "Historia general de España" y algunos otros autores, afirman terminantemente que en la recuperación de la citada fortaleza hubo encarnizada lucha.

Don Francisco de Paula García Peláez

A testimonios anteriores, de cuya veracidad no puede ni aun la crítica más exigente, debemos agregar el testimonio de varios documentos irrefutables de aquella época que demuestran nuestra aserción de una manera clara y evidente.Varios de esos documentos son las comunicaciones que acerca del asunto en que nos ocupamos, envió don Matías de Gálvez a la corte de Madrid; y otro es el que, con el número 60, está incluido en la "Colección de documentos antiguos del ayuntamiento de Guatemala", formada por sus secretario don Rafael Arévalo y el cual no es otra cosa que un informe dirigido por la municipalidad al rey Carlos III, acerca del gobierno político y militar del citado presidente Gálvez. Tanto éste como aquellos contienen la narración del combate habido en la reconquista de Omoa; y sus testimonios son más dignos de crédito, cuanto que el segundo procede de una respetable corporación contemporánea de los sucesos referidos, y los primeros, del mismo general en jefe de las tropas nacionales.

El error de Cavo y de Juarros se explica, además satisfactoriamente, recordando que el uno escribió muy lejos de Centro América(1) y que el otro no fue muy diligente, como es bien sabido, en consultar las obras y manuscritos antiguos.

Demostrado ya que la recuperación de la fortaleza tantas veces nombrada, no se hizo pacíficamente sino por medio de las armas, pasaremos a narrar este caso, con todos los datos que hemos adquirido y que por desgracia son muy pocos.

 A principios de noviembre del mismo año 1779 comenzó el sitio de Omoa, durante el cual hubo muchos combates parciales, sobre todo cerca del río del mismo nombre, cuya posesión se disputaban con igual encarnizamiento los guatemaltecos y los ingleses, porque en él se surtían de agua sitiados y sitiadores.

Las tropas nacionales pelearon entonces con tanta constancia y valor que, a pesar de su notoria inferioridad, el día veintiséis del mismo mes habían alcanzado ya grandes ventajas sobre los ingleses y construido seis lineas de atrincheramientos que las resguardaban del fuego de los enemigos, al mismo tiempo que estrechaban la fortaleza.

El jefe de los sitiados, previendo, sin duda, el resultado de aquellas luchas, y no pudiendo sostenerse más en aquel puesto, pidió y tuvo varias conferencias con los nuestros; las que, no dando ningún resultado, obligaron al presidente Gálvez a preparar un ataque decisivo. A la media noche del último del mes verificose el asalto definitivo. Los guatemaltecos, con grandes precauciones y sigilo, abandonaron sus posiciones, llegan al pie del castillo, escalan sus muros y caen de improviso sobre los ingleses, los cuales, después de algunas horas de sangriento combate, se ven obligados a buscar su salvación en la fuga, logrando, no obstante, clavar su artillería y llevarse el botín y los prisioneros que tenían en su poder.

El sol del 1o. de diciembre(2) iluminó con sus hermosos rayos un cuadro tan conmovedor como interesante. A lo lejos, sobre las azules ondas del golfo de Honduras, huían las naves británicas, conduciendo a los derrotados invasores de la patria; en las almenas del fuerte tremolaba el pabellón de Castilla, colocado allí por el denuedo y valentía de los guatemaltecos, y sobre los muros y sobre los campos adyacentes se veían los ensangrentados restos de la pasada contienda.

Tal fue la toma del castillo de Omoa; hecho que si para los extraños no tiene importancia alguna, si la tiene para nosotros que la consideramos como una brillante página de nuestros fastos militares.

Ni se crea que semejante acontecimiento se consideró en aquellos días como cosa indiferente o baladí; pues así como los españoles vieron en esa reconquista la salvación de una de sus más preciadas colonias, los ingleses la lamentaron como un golpe dado a sus proyectos de dominación en Centro América.

Carlos III de España

El rey de España concedió a Gálvez, en premio de sus servicios, el grado de brigadier u doble sueldo del que antes gozaba; también dio ascensos y recompensas a Felipe Gallego y Antonio Escuarzi, de Chiquimula, a Francisco de Aybar de Comayagua, y a Fernando Porras, Félix Domínguez, Francisco Troncoso, Luis Méndez de Sotomayor y Miguel Hermosilla, que fueron los jefes que más se distinguieron en la lucha y cuyos nombres citamos -aunque se nos tache de prolijos- como merecido tributo a memoria de aquellos de nuestros antepasados que derramaron su sangre en defensa de la patria.

Agustín Mencos Franco
Estudios Históricos sobre Centro América
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1,982

1. Andrés Cavo, jesuita, natural de México, que expulsado de su patria, como todos los de su orden, en tiempos de Carlos III, pasó a Italia en donde escribió la obra a que nos hemos referido.

2. La toma de Omoa se verificó el último de noviembre, según lo hemos dicho, y no el veinte de octubre como lo dice don Modesto Lafuente en la obra y lugar citados.