La Mengala
El talle de la joven mengala, a menudo juncal, iba por costumbre aprisionado entre un apretador de manta-dril que, al castigar las curvas, hacía plano y único su doble pecho de paloma de monte.
Todos los domingos y fiestas de guardar, con los pies desnudos y recién lavados, asistía a primera misa de la iglesia cercana, y por las tardes, según la época del año constituía la nota típica y abigarrada en las celebraciones de Corpus Cristi, rezados de diciembre, procesiones de Semana Santa o en los bailes de tacón de hueso.
Pasos elásticos y repentinos "azareyos"; pelo largo y trenzado con anchas tiras de listón; ojos pícaros y sin embargo, inocentes; risa en chorros de íes, y carnes de fina canela. Su presencia se anunciaba con un desplazamiento de aire fresco y un crujir de fustanes almidonados bajo la falda de indiana o percal, y su mayor orgullo estaba cifrado en ser la dueña de tres o cuatro chales con barba, de colores llameantes, de esos que llegaban a las tiendas de los chinos en cajas de reluciente y falsa laca.
Siendo niñera, lavandera, o diadentro de casa grande, abrigaba cierto orgullo de casta, por que a pesar de ser sirvienta, no "era natural" ni "tan dialtiro".
Generalmente era la secreta iniciadora de los niños mayores en los juegos de amor; sin embargo, a veces se mostraba muy chucana con los hombres maduros, cuando éstos, sin "caírle bien", se tomaban libertades antes de rascarle el ala como se debe, o sin lograr del todo su huraño consentimiento:
-¡No me jale así el rebozo, porque me lo va a rasgar, y si me lo rompe me lo paga... aloye!
-Una docena te compro chulada, y de pura seda...
-¡Hay don Tin, tan tentón...! ¡A usté como que no le amarraron las manos cuando era chiquito...!
Frecuentemente, con dejos y suspiros de melancolía hablaba de su casa hecha de adobe y teja, en los alrededores de San Raimundo; del caballo moro que domó uno de sus hermanos para las fiestas de los Santos Reyes "ora para el 6 de enero que viene va ser tres años"; o del río lejano cuyos rumores añoraba, como si la madrugada aquella en que la sorprendió su primo Rogelio bañándose totalmente desnuda en una de sus pozas hubiera sido un inmenso caracol, y en él sus voces de alarmado pudor hubieran quedado para siempre sonando...
Carlos Samayoa Chinchilla
Chapines de Ayer
Segunda Edición
Editorial José de Pineda Ibarra
Ministerio de Educación Pública
1,968
Ilustración
Guillermo Grajeda Mena
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