Monja Blanca |
NUESTRA FLOR NACIONAL
... y tomando a la virgen doncella entre
sus manos taumaturgas, el Dios bueno
cubrió sus hermosura con nítido manto
conventual, para librarla de mezquinas
pasiones, dándole por templo el corazón
de la montaña.
Pocos países del orbe poseen el envidiable privilegio primaveral de esta Guatemala amada.
Sin caer en ostentación alguna, Guatemala es el paraíso de América; si, nuestra Guatemala es, a no dudarlo, perenne escenario ornado con iris esplendoroso de su tesoro floral; es todo un edén terrenal, donde en abrazo fraterno se han conjugado las dádivas del Todopoderoso las galas excelentes de natura.
Nuestra tierra, bendita madre tierra, es entraña fecunda que torna la simiente palpitante, en maravilla divina de aromas, colores almibares; diríase que las hadas madrinas de esta patria venerada, en consejo solemne, optaron por investir a su predilecta Princesa, con el mantón imperial de una eterna primavera.
Quien sea que visite nuestro amado terruño, queda cautivado entre tanta belleza, ante la variedad de su flora la exquisitez de sus aromas, para nosotros los que tuvimos la ventura de nacer en este suelo, constituye nuestro mejor blasón, nuestro legítimo orgullo, al tiempo que el sagrado deber de coadyuvar al mantenimiento de tan preciada heredad.
Todo el territorio guatemalteco, es jardín de perenne abundancia floral; no hay rincón nacional que no esté engalanado por la esmeralda de su primavera, por la casta sonrisa de multicolores corolas que embriagan el ambiente con los aromas delicados y exquisitos de sus místicas ánforas.
Las flores de Guatemala, gozan de la admiración del mundo entero, pero, indudablemente, las que más cautivan, por su aspecto señorial, por la perfecta simetría de su conjunto, son las orquídeas, cuya familia es numerosa variada y cuyo cultivo reclama no pocos y delicados cuidados.
La familia orquidácea, es familia de abolengo, de esos abolengos consagrados por la divina gracia e identificados con los más caros privilegios de la naturaleza.
De entre toda esa ilustre familia, hay una especie que sobresale por su extrema belleza y por su porte imperial: es la Monja Blanca y constituye el orgullo simbólico de la heráldica guatemalense. En torno a esta flor de maravilla, la fecunda imaginación de vates y escritores, ha tejido las más amenas y atrayentes leyendas.
Veamos el místico origen que le da la inspiración del talentoso licenciado Vicente Díaz Samayoa:
Vicente Díaz Samayoa |
"Esta delicada orquídea que embruja en la selva con su fulgor madreperla, ¿no pudo haber sido pájaro que quedara nevado al perforar el alma en flor de la luna? Y su arpegio, su voz -que fuera riachuelo de cristales- ¿no pudo haber enmudecido para siempre, congelado en la rítmica garganta por el hechizo lunar.
La fantasía enloquece. El mito permanece silencioso, allá en los jardines de la paganía helena, donde prolifera. Y solo la leyenda, llevado el alma mar adentro, sobre el pasado de la histórica Tezulutlán cuenta el origen de la Flor Nacional, la bella Monja Blanca.
Es en el convento de Santo Domingo de Guzmán. Los laboriosos recoletos amanecen con febril inquietud de las hormigas; sus manos taumaturgas convierten el hilo de los capullos, en la tela que ilumina con fosforescencias de acuarela; fecundan la tierra morena de los altiplanos y roturan seráficamente la conciencia de los aborígenes, en sus surcos de gracia y luz.
Su industria inagotable se difunde en huertos y campiñas, lo mismo que su amor. Las aves, hermanadas con los mansos hombres de sayal, cuelgan el rosario de sus trinos de las arcadas del convento, y los árboles maduran su agradecimiento en abundantes pomas de oro.
Todos trabajan en el viejo monasterio, Solo se hurta a las labores materiales un viejo monje solitario, de cetrino rostro, florecido de barbas que oculta su nombre con modestia sobrehumana y en intención de penitencia, tras la muralla del silencio.
Nadie conoce su origen. Solo saben que luengos años lo han marchitado bajo el caserón de la Comunidad. Su virtud es como la estrella que guía a los fieles de las comarcas aledañas, hacia la casa de Dios; y los horizontes se toman lenguas, pregonando la eficacia milagrosa de su boca que solo se abre para dar la limosna del consuelo y de la bendición.
Los frailes -sus hermanos- le guardan envidia; y siempre esquivan su mirada, que se extravía bajo el arco de las cejas, reflejando la llama que dialoga en su corazón.
Roe su memoria y conturba su alma, el recuerdo culpable de un único amor de juventud; aun ve a la abandonada niña que busca refugio al navío de su investidura, en la plácida bahía de un convento. Aun conserva, contrito, la desvaída pintura que refleja bajo ángulos de imaginaria lejanía, la figura de aquella mujer, en cuyos ojos licuados -maravilla del arte- la vida quedó inmovilizada. La firma geométrica del rostro y el busto, aparecen circundados por el halo de las tocas carmelitas.
El monje, que es una silueta rediviva de los que en la Tebaida se agostaron, devorados por la llama del anhelo, ve turbada su fe, su santidad, por aquella deliciosa estampa acusadora.
Aunque sea a hurtadillas la contempla entre las hojas del devocionario con ojos dulces, que de pronto se tornan demoníacos. Nada pueden contra el magnetismo de la belleza lejana, ni los ayunos extenuantes, ni los cilicios que dejan en sus carnes la huella violácea del tormento. Empero, ya los frailes le han sorprendido en la pecaminosa contemplación y el Superior del convento -advertido por algún traidor- anda ya cautelosamente sobre la pista del pecado.
Los rumores vuelan maléficos; arde la maledicencia; y cada inquietud, el desasosiego espiritual; las noches y los días se eternizan como remansos de agonía sobre su alma. Su nombradía de milagro, que ha devorado leguas y leguas a la redonda, se le figura una falsa moneda que ha corrido entre las manos innumerables de la ignorancia. Y por eso implora se Cristo, en voces patéticas, colmadas de angustia, un castigo tremendo y ejemplar, que violente de su ser toda sombra de pecado.
Aumenta sus penitencias y oraciones; en hondo afán de purificación esencial, decide quemar la pintura de la monja carmelita, que concita contra su pureza las lágrimas tardías del arrepentimiento y el deseo de su belleza inapreciable.
Sin embargo, su pasión todavía se revela... No es humano que el fuego devore la sombra de su gran culpa de amor. Es preciso que desaparezca, si, pero que su belleza perdure; que el mármol conmovido de su carne, iluminado por el pincel del artista se sumerja y eternice en las criaturas de Dios, en el mar inmenso, en la estrella insomne o en el pájaro que canta... Es preciso un milagro; el milagro de la monja que se convierte en flor. Y el milagro se hace.
A la vera de la fuente conventual, vegeta una parásita que jamás ha florecido. Amparándose en la noche, el monje entierra entre sus míseras raíces la deslavada imagen de su amor.
Desde entonces, cuida de ella con refinada y devota delectación; diariamente vierte sobre sus hojas amarillentas, agua pura de la fuente y de su corazón; y progresivamente, como al conjuro de su deliquio inmortal, la parásita cobra vida, verdor.
Una mañana, aparece glorificada por una flor blanca y opulente. Los ojos del penitente chisporrotean luz, luz de eternidad; y de su boca octogenaria caen sobre aquella florescencia, las palabras que atesoran -en amoroso simbolismo- su última tragedia: la MONJA BLANCA".
Preciosa leyenda ¿verdad?
Don Agustín Lemus, nuestro recordado vate Augusto Meneses, Angelina Acuña, el inolvidable Francisco Méndez, Guillermo Flores Avendaño, el culto doctor Manuel Chavarría Flores, el compositor Rodolfo Narciso, Rosendo Santa Cruz, etcétera, son otras tantas plumas nacionales que en devotos y significativos versos y en bellísimas prosas, han consagrado el simbolismo de nuestra heráldica flor.
El inspirado aedo Carlos Wyld Ospina, dijo de la esbelta Monja:
Carlos Wyld Ospina |
"Guatemala, cuenta, en el reino superior de las orquídeas, con una de las flores de mayor riqueza expresiva que exornan en el mundo. De ella ha hecho su "Flor Nacional". Su cuna son las florestas salvajes del Alta Verapaz; inviolada y púdica, se esconde entre el santuario vegetal con tanta gracia como un hada. Es una de esas flores que debieran volar, su actitud es ya de vuelo. Se le ve emerger con sus tres pétalos alargados y oblongos, en curva de languidez y el centro de su corola redondeada como un seno de entre el estuche de dos grandes hojas sobresalientes en forma de alas, con la enhiesta disposición de dos alas abiertas para el vuelo, ¿pájaro o flor?
De estas exquisiteces. de estas tres delicadezas, de estos tres ensueños participa. Ninguna reina podría aspirar a mejor diadema, ninguna nación al más puro símbolo".
Y la recordada maestra Natalia Górris viuda de Morales, expresó su admiración a la vegetal princesa, así:
"La más bella es sin duda la Lycaste Skinneri Alba, de níveos y aterciopelados pétalos, flor que semeja una gentil paloma, aquí la llamaron "Espíritu Santo"; es difícil imaginar una flor más bella con sus hojas tan exquisitamente delicadas, como si fuera de transparente alabastro a través del cual pudiera verse una brillante luz".
El poeta Adalberto Herrera, en amena prosa dice:
"Que en una noche perdido en las montañas cumpliendo su santa misión fray Bartolomé de las Casas, observó que en lo alto le sonreía amable un rostro de mujer rodeado de una aureola de luz y de perfume; intrigado, esperó a que amaneciera y presto se dirigió al lugar de la aparición encontrando sorprendido, no una faz de mujer, sino una bellísima flor blanca en forma de estrella, que inclinada hacia él, quería como hablarle".
Estos hermosos versos, forman parte del poema que nuestro vate José Hernández cobos, dedicara a la imperial orquídea:
"Orquídea de plata repujada a besos,
Kaolín de lámpara fundida con trinos;
blancuras nupciales de amores ilesos,
alma de esta tierra de claros destinos.
Bella es la leyenda, el aroma, la esencia
del ensueño blanco que es la Monja Blanca,
pomo de perfume del alba en nacencia
que yendo a los cielos de la tierra arranca".
Todas estas mentes, tocada por el hábito de las musas, han expresado con exactitud y delicadeza, la majestad avasalladora de nuestra bella Monja Blanca.
Lycaste Skinneri Alba (Monja Blanca) |
Es el corazón selvático de la orografía verapacense, el que escogió para cuna la señorial orquídea monja, como queriendo resguardar sus virginales atributos, de las indiscretas miradas y de las profanas manos.
George Ure Skinner |
Los nativos cobaneros, en su lengua quekchí, la llaman: "Sak Ijish". Cuentan que fue el señor George Ure Skinner, famoso orquideólogo inglés y además, cónsul de su país ante el nuestro, el descubridor de la Monja Blanca en los lejanos y altos montes verapacenses, cuando en compañía de Carlos Gesenahuer y Jorge Klée, que era cónsul general de Rusia en Centro América, se concretaban a coleccionar los más exóticos y llamativos ejemplares de nuestra flora patria. Estos señores, hondamente cautivados por la nativa flora de Guatemala, con el tiempo tuvieron uno de los jardines más admirados en nuestro suelo.
Al correr del tiempo, Jorge Klée y George Ure Skinner, diplomáticos como ya dijimos de Rusia e Inglaterra, llevaron a países europeos nuestras más preciadas plantas ornamentales y nuestra más linda flores, causando el asombro y encanto de cuantos ojos las vieron; fue así como años después nuestra egregia Monja Blanca, por vez primera nacía con toda su altivez y belleza señorial, en tierras de Bruselas, Inglaterra, Bélgica, siendo bautizada con el nombre de: MAXILARIA VIRGINALIS; estos países después de haber cultivado suficiente cantidad de maxilaria, procedieron a ensayar cruces caprichosos que merecieron admiración y demanda en casi todo el mundo.
Los señores cónsules Klée y Ure Skinner, por su condición diplomática encontraron toda clase de facilidades para negociar la bella orquídea maxilaria y demás especies, con los más renombrados jardines de Europa, que luego se dieron el honor de cultivar u lucir en abundancia, las bellísimas especies florales de Guatemala.
El nombre de Maxilaria Virginalis, con que se conociera en Europa, fue sustituido por la designación botánica de Lycaste Skinneri Alba.
El término Lycaste, se le dio en recuerdo de la belleza deslumbrante de la hija de Príamo, último soberano de la legendaria Troya.
Skinneri dado al correr el año de 1843, en memoria de su descubridor, George Ure Skinner, cónsul de Inglaterra ante el gobierno guatemalense, y finalmente Alba, en atención a su blancura y pureza.
Entre algunas leyendas indígenas relacionadas con la Monja Blanca, hay una que asegura que, esta soberana orquídea, es la representación simbólica de cierta princesa india cuya maravillosa hermosura y pureza era tal, que los dioses dispusieron transformarla en flor, resguardándola así, de las terrenas pasiones.
En resumen: nuestra heráldica Monja Blanca (Lycaste Skinneri Alba) ocupa el trono de honor entre la familia orquidácea de Guatemala; se reproduce en las altas montañas de Tezulutlán -Alta Verapaz-, en los elevados montes quichelenses, en los "azules altos montes" cuchumatanes y los de Izabal.
Nuestro inolvidable maestro y gran botánico guatemalteco Ulises Rojas, hizo esta descripción de la Lycaste:
Ulises Rojas |
"Pseudobulbos redondo ovalados de color verde claro, de inserción a tres hojas lanceoladas, onduladas plegadas, cuyos nervios recorren desde la base hasta el vértice, casi paralelamente un escape o bulbo, crece erguida de quince a dieciocho centímetros ofrece foliolas y termina por una sola flor, la que puede durar mucho tiempo sin marchitarse; tanto los sépalos como los pétalos y labelo, carecen de pigmentación y se presentan de un blanco purísimo".
¿Cómo llegó a ocupar el trono de flor nacional?
Fue una dama, la señora LETICIA M. SOUTHERLAND, la que hondamente impresionada por la simetría, albura y perfecto conjunto de la Lycaste, se permitió hacer, ante el gobierno de la República, presidido en aquella época por el general Jorge Ubico Castañeda, la oportuna sugerencia de que fuera declarada oficialmente como "Flor Nacional de Guatemala". La señora Southerland, figuró como presidenta de la gran exposición internacional de flores que tuvo verificativo, en el año 1933, en la ciudad norteamericana de Miami Beach, Florida; a dicho evento floral, llegaron miles de ejemplares de raras y bellas flores de América, mas, a juicio de la propia señora Southerland y de muchísimas personas entendidas en la materia, ninguna superaba la belleza ni el porte imperial de nuestra orquídea reina; fue ese alto índice admirativo, el que impulsó a dicha dama a externar su criterio de elección, al general Ubico, quien, ante tan acertada sugerencia, dispuso conocer la opinión de instituciones culturales del país, tales como la meritísima Sociedad de Geografía e Historia, Biblioteca Nacional, etcétera, así como la de personas versadas en la hegemonía botánica, como Ulises Rojas y el orquideólogo Mariano Pacheco Herrarte, que tan sonados triunfos ha conquistado aquí y fuera de nuestras fronteras con sus maravillosas especies de orquídeas, celosamente cultivadas por él.
Como los criterios fueron unánimes en favor de lo sugerido por doña Leticia, el presidente Ubico Castañeda, con fecha once de febrero de mil novecientos treinticuatro, emitió el histórico decreto que dice:
DECRETO.
Casa del Gobierno, Guatemala, 11 de febrero de 1934.
El Presidente de la República, CONSIDERANDO:
Que es digna de tomarse en consideración la iniciativa que doña Leticia M. de Southerland, presidenta de la Exposición Internacional de Flores en Miami Beach, Florida, Estados Unidos de América, ha enviado a la Secretaría de Agricultura para que se designe entre los ejemplares de flores que hay en el país, una con la denominación de: "Flor Nacional".
CONSIDERANDO: Que según la opinión de peritos en la materia, la flor que por su rereza y hermosura se hace merecedora de dicha designación, es la conocida "Monja Blanca" (Lycaste Skinneri Alba) que se da en los bosques de la región de Verapaz;
ACUERDA: Que el citado ejemplar de "Monja Blanca" (Lycaste Skinneri Alba), se tenga como representativo de la flor nacional, haciéndosele saber esta disposición a la señora Southeland.
Comuníquese, UBICO. El Secretario de Estado en el Despacho de Agricultura, GUILLERMO CRUZ".
Fue así como la oportuna sugerencia de una devota admirada de nuestra Lycaste; la opinión unánime y justa de los entendidos en la rama botánica y la atención de un gobernante, la triple razón que elevó al solio floral, a la divina Monja Blanca, como nuestra bella e insuperable flor nacional.
Doce años más tarde, en el mes de agosto de 1946, en mandatario de la nación, doctor Juan José Arévalo, emitió un importante acuerdo, prohibiendo la libre recolección y exportación de la señorial Lycaste.
Helo aquí:
"Palacio nacional: Guatemala, 9 de agosto de 1946.
Tomando en cuenta que la "Monja Blanca" (Lycaste Skinneri Alba) es el representativo legal de la flor nacional, cuya especie se está extinguiendo en forma lastimosa, por la libre recolección y exportación de la planta y de la flor, lo cual hace imperativo dictar medidas que conjuren la amenaza de su desaparición,
El Presidente Constitucional de la República,
ACUERDA:
1o. Prohibir la libre recolección y exportación de la planta y flor nacional "Monja Blanca" (Lycaste Skinneri Alba)
2o. Unicamente el Ministerio de Agricultura podrá autorizar la recolección o exportación de la indicada planta, y
3o. Los infractores serán sancionados con veinticinco quetzales de multa, o la pena quivalente en forma establecida por la ley, en caso de insolvencia.
Comuníquese, AREVALO. El Ministro de Agricultura, E. ALVAREZ G. El Ministro de Hacienda y Crédito Público, C. LEONIDAS ACEVEDO.
Bienvenida sea pues, la divina Monja Blanca, al recinto heráldico de la Guatemala eterna...!
Arnoldo J. Corzar
Arcón Patrio
Tomo II
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1965