"...se enroscó sobre las baldosas frías del corredor de una casa llena de maléficas sombras..." |
EL CHUCHO SIN DUEÑO
I
I
¡Siempre fue un misterio...!
Nunca se supo de dónde había llegado aquel perro.
Lo cierto es que un domingo se le vio por primera vez en el pueblo.
Todos lo miraban con cautela, aunque el animal les agradaba.
El perro se notaba cansado.
A la vez daba muestras de desesperación. Ya iba, ya venía de una a otra puerta y en vano buscaba con angustia el olor del amo.
¡Jamás halló la huella perdida!
Abatido y hambriento al quinto día de vagar, con lentos movimientos de tristeza se enroscó sobre las baldosas frías del corredor de una casa llena de maléficas sombras.
Los vecinos de San Juan, de tanto ver horribles fantasmas en aquellas vivienda, dieron en llamarla La casa de los espantos.
Posteriormente le llamaron. La casa de la sabia.
Le dieron ese nombre porque allí vivía una niña, llamada Blanca Lydia. De ella se contaba con sorpresa y aire de misterio, que había llorado estando aún en el vientre de la madre.
La versión sirvió de fundamento para creer que la niña gozaba de privilegios extraordinarios. Entre ellos el de ser vidente...
¡Siempre fue un misterio...!
Nunca se supo de dónde había llegado aquel perro.
Lo cierto es que después de varios días, se encariño con la casa y echó raíces de querencia en ella. Allí dormía y no lo pudieron retirar de ese lugar.
-Con el correr de los meses, la arrogante estampa del perro se esfumo a fuerza de hambre y la mano del abandono la modeló sobre los vaciados del trascijamiento.
Cuando llegó a ese estado la gente le huía.
El perro despedía mal olor; el roñoso jiote sustituyo en su cuerpo el suave y brillante pelo que lo acreditaba como perro noble y de casta fina.
El animal vagabundeaba por todas partes, pero nunca le iba tan mal, como cuando pasaba por la escuela. Al pasar por ese lado, los niños lo apedreaban gritando: "Allí va el chucho sin dueño".
Por su calidad supo sobrellevar los riesgos de la inclemencia, pero cuando los instintos del hambre le hicieron aullar se volvió mañoso.
Por esa causa lo castigaban con severas apaleadas.
Pero no le quedaba otro recurso; después de sufrir la paliza, volvía a las andadas.
De esa cuenta, el perro llegó a ser hábil ladrón.
Así se mantuvo. Esa fue la trayectoria de su nueva vida en el pueblo de San Juan Patrón.
II
Blanca Lydia dejó de ser sabia y se convirtió en novia. Es decir, al querer, perdió la videncia y el poder.
Muchos apuestos y variados mozos, le visitaban.
Mas en la calle se afirmaba que sólo Aníbal Segovia era el novio. Además se sabía que en breve pediría su mano.
¿Quién no sabía de aquellas relaciones?
Todos los vecinos lo sabían y mientras los novios divagaban en nubes de románticas ilusiones, unos aprobando y otros criticando, ellos a la chita-callanda discurrían tales amores.
Con el ir y venir de las voces que llevaban y traían las gentes del pueblo, la noticia llegó a oídos de Miguel Ángel Flores.
Pero era hombre por sencillo crédulo y además confundía la amabilidad con querer de una mujer.
Esa ingenuidad le hizo creer que Blanca Lydia, le amaba de verdad porque en más de una vez, le fue amable y hasta se rió con él. También en ciertas ocasiones Blanca Lydia recibió de sus manos, lindos ramos de flores.
Pero era hombre por sencillo crédulo y además confundía la amabilidad con el querer de una mujer.
Esa ingenuidad le hizo creer que Blanca Lydia, le amaba de verdad porque en más de una vez, le fue amable y hasta se rió con él. También en ciertas ocasiones Blanca Lydia recibió de sus manos, lindos ramos de flores.
Pero, ¿de quién no recibía flores, si la gente le rendía homenaje y por bonita decían que era reina o patrones del pueblo?
La noticia llegó a Miguel Ángel Flores, como torbellino de amarguras y el amor propio le hizo sentirse traicionado porque estaba ciego de amor por ella.
Herido en ese sentido, los dardos del despecho le destrozaron el corazón. Los embates de la dignidad le embotaron la cabeza.
¡El hombre se vio abrumado!
Luego, ya sin freno moral, se aceleró en su pecho el péndulo de la venganza.
En seguida, casi dentro de los límites de la locura, juró una vez y volvió a jurar que se vengaría.
Hizo una cruz sobre la tierra y la besó. Al tiempo de besarla, juró otra vez más, diciendo: "Blanca Lydia, ni para mí, ni para nadie...".
Y el loco se perdió en el fondo de una calle jurando grito en garganta pronta venganza.
Manuel Lemus Racinos
Esa ingenuidad le hizo creer que Blanca Lydia, le amaba de verdad porque en más de una vez, le fue amable y hasta se rió con él. También en ciertas ocasiones Blanca Lydia recibió de sus manos, lindos ramos de flores.
Pero, ¿de quién no recibía flores, si la gente le rendía homenaje y por bonita decían que era reina o patrones del pueblo?
La noticia llegó a Miguel Ángel Flores, como torbellino de amarguras y el amor propio le hizo sentirse traicionado porque estaba ciego de amor por ella.
Herido en ese sentido, los dardos del despecho le destrozaron el corazón. Los embates de la dignidad le embotaron la cabeza.
¡El hombre se vio abrumado!
Luego, ya sin freno moral, se aceleró en su pecho el péndulo de la venganza.
En seguida, casi dentro de los límites de la locura, juró una vez y volvió a jurar que se vengaría.
Hizo una cruz sobre la tierra y la besó. Al tiempo de besarla, juró otra vez más, diciendo: "Blanca Lydia, ni para mí, ni para nadie...".
Y el loco se perdió en el fondo de una calle jurando grito en garganta pronta venganza.
III
Con el cartelón de la amenaza, los días pasaban tediosos.
Todo era visible, el vecindario lo adivinaba. Lo único que no se miraba, era la aguja del destino que caminaba como un segundero en el reloj de la vida.
La lentitud de las horas, la amargura del tedio, y el nerviosismo de los desvelos pusieron a Blanca Lydia, con la situación de cara hacia un camino lleno de abrojos.
Y fastidiada Blanca Lydia por la presencia del perro hediondo, en arrebatos de mal humor, derramó una jarra de agua caliente sobre la cabeza del noble animal.
Quizás su intención fue retirado del lugar, pero no lo consiguió.
El perro a pesar de su dolor, siguió queriéndola; mas no abandonó el corredor de la casa.
¡Causaba lástima ver aquel animal!
Caminaba con la cabeza vencida casi arrastrándola. La oreja izquierda florecida de gusanos. El dolor y los punzazos de la intención lo llevaban en esa esa situación.
Por donde pasaba dejaba huellas de sanguaza.
Los días pasaban tediosos. Todo era visible, el vecindario lo adivinaba. Lo único que no se miraba, era la aguja del destino que caminaba como un segundero en el reloj de la vida.
La lentitud de la horas, la tortura de los celos y la locura de la venganza, pusieron a Miguel Ángel Flores con la situación de cara hacia el camino del crimen.
Y una noche lóbrega, tenebrosa y sin estrellas, tal como es el alma del destino, logró burlar toda vigilancia y penetró en las habitaciones de la niña.
Nadie lo vio. Nadie lo sospechó.
Sólo el ojo avizor del doliente animal, mantenía vigilancia en torno a la casa donde vivía la codiciada niña.
Blanca Lydia estaba con la vida en un hilo.
Décimos de segundo faltaban para que el vengador enfundara en el inocente pecho de aquella criatura, su filosa daga.
Mas el perro, sacando fuerzas de flaqueza, con rabiosa furia, atacó al asesino.
Le desgarro las sentaderas y de una fuerte e instantánea sacudida lo tumbó al suelo.
En el piso se devanaban dentro de una poza de sangre Miguel Ángel Flores y el perro guardián de la niña.
Mientras tanto Blanca Lydia al despertar, gritó pidiendo auxilio.
La familia presta llegó y el loco al verse acosado, pies en polvorosa huyó.
Y el perro, ¿a esa hora donde estaba? Se hallaba sobre las baldosas frías del corredor; se hallaba fatigado; se hallaba agotado.
IV
¡Siempre fue un misterio...!
Nunca se supo de donde había llegado aquel perro.
Lo cierto es que en el caso de la niña que estuvo a punto de ser muerta, el perro fue su ángel salvador.
La lentitud de las horas, la desesperación del mal que llevaba en la oreja y el instinto de fidelidad, pusieron al noble animal con la situación de cara hacia el camino de la muerte.
Todo el pueblo comentaba la tragedia, y cuando el abuelo de Blanca Lydia llego con un collar de oro a premiar la acción del perro, ya estaba muerto.
Manuel Lemus Racinos
"El Viejo Fila"
Cuentos Orientales
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1964