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jueves, 22 de agosto de 2013

Guerra contra los Ingleses y la Administración de don Matías de Gálvez

Matías de Gálvez y Gallardo

GUERRA CONTRA LOS INGLESES Y
ADMINISTRACIÓN DE DON MATÍAS
DE GÁLVEZ

La historia de Centro América, desde su conquista por los españoles en el siglo diez y seis, hasta el quince de septiembre de mil ochocientos veintiuno, fecha de su emancipación política, ha sido aún muy poco estudiada. En ese periodo de casi trescientos años, durante el cual crece, se organiza y desarrolla un pueblo entero, se verificaron hechos notabilísimos y dignos de ser conocidos, no solo por su importancia histórica, sino también por las benéficas enseñanzas que de ellos puede deducir el ciudadano.

En materia de guerra, sobre todo, nuestros anales no son tan pobres que no puedan ofrecer al soldado hermosos ejemplares de valor, de lealtad y de patriotismo. Desde la fabulosa expedición de don Pedro de Alvarado al Perú, en la que nuestras tropas en la lucha constante con la naturaleza lograron atravesar las enhiestas cumbres de los Andes, hasta las reñidas campañas habidas con los ingleses a fines del pasado siglo*, el soldado guatemalteco ha dado repetidas y elocuentes pruebas de su valor en los combates, de su serenidad en los peligros, de su paciencia en los trabajos y de que sabe morir con heroísmo cuando no puede alcanzar los laureles de la victoria.

Y sí todos los hechos acaecidos durante el gobierno colonial son ignorados por la generalidad de los guatemaltecos, lo son las campañas contra los ingleses, ya citadas, las cuales, sin embargo, deberían de estar en la memoria de todos los hijos del país, no solo por su gran significación en la historia de la patria, sino también por la gloria que reflejan sobre Guatemala.

Trazar a grandes rasgos estos y los otros notables acontecimientos verificados durante la presidencia de don Matías de Gálvez, es el objeto de los presentes apuntes, que arrojarán alguna luz sobre la tiniebla de nuestro pasado en beneficio del presente y del porvenir y que servirán quizás para que algún concienzudo historiador de pluma más competente que la nuestra, desarrolle esta materia con la extensión y lucidez que merece.

*

Corría el año mil setecientos setenta y ocho y se realizaban trascendentales acontecimientos en las colonias inglesas del Nuevo Continente.

Era el tiempo en que los naturales de América del Norte, impulsados por el amor a la libertad y ansiosos de ocupar en el mundo el honroso puesto a que les daba derecho su educación política, sus grandes riquezas y la extensión de su territorio, habían tomado las armas ardorosamente para defender sus prerrogativas, sacudir el yugo de Inglaterra y conquistar su independencia y autonomía. Jorge Washington, ese nuevo y glorioso Cincinato, abandonaba la tranquilidad del hogar doméstico para colocarse al frente de los ejércitos patriotas, y después de sufrir con entereza estoica continuos trabajos y reveses se coronada de laureles alcanzando las victorias de Trenton y Saratoga. La causa de los americanos se fortalecía más cada día en los campos de batalla y en la región de las ideas, las tropas libertadoras avanzaban sin cesar, los ingleses sufrían grandes descalabros y ya clareaba en el horizonte la aurora de la libertad de un gran pueblo.

Franklin fue enviado por sus compatriotas a invocar la protección de Francia, y Francia, la eterna enemiga de Inglaterra y la amiga constante de la libertad , se unió a los americanos, reconoció su independencia, y sus escuadras y batallones combatieron contra los ingleses, aquéllas en las aguas de agitados mares y éstos en los campos del nuevo mundo.

 España no pudo permanecer neutral en semejante contienda. Dueña de inmensos territorios situados al sur de las colonias sublevadas, unida a la corte de Versalles con vínculos de amistad y de familia, y fuerte y poderosa, merced al reinado reparador de Carlos III, estaba llamada a representar u papel importantísimo en aquellos acontecimientos. Al  ver solicitada su alianza por ingleses, americanos y franceses, quiso en un principio ejercer las funciones de mediadora entre las potencias beligerantes; mas, las circunstancias políticas y las ideas de sus gobernantes, la obligaban a dejar esa posición y a proteger resueltamente (tal vez en perjuicio de sus propios intereses) la causa de los americanos.

En junio de mil setecientos setenta y nueve, Carlos III retiró de Londres a su embajador, conde Almodovar, y la guerra entre España e Inglaterra quedó formalmente declarada.

Los efectos de esta declaración se sintieron en América antes que en Europa; y si bien los españoles al mando de don Bernardo de Gálvez (hijo del presidente de Guatemala), conquistaron La Florida, en cambio las colonias de Centro América se encontraron terriblemente amenazadas. Nunca, en los días del gobierno colonial, se vio el reino de Guatemala en mayor conflicto: sin marina de guerra, exhausto el tesoro público, pequeño y poco disciplinado ejército, tenia, sin embargo, que luchar contra los ingleses, cuyas poderosas escuadras lo amenazaban por el norte y cuyos establecimientos por Belice, en Bluefields y en las islas de Roatán, facilitaban el desembarco de tropas y toda clase de operaciones militares. La corte de Inglaterra además, por medio del gobernador de la isla de Jamaica y de otros subalternos, puso el mayor empeño en conquistar estos países que tenían para ella el doble de atractivo de su excelente posición geográfica y de sus grandes riquezas naturales. El peligro para Guatemala fue muy grande; pero satisfactorio es decirlo, fue conjurado y vencido por el valor y el patriotismo de sus hijos.

En septiembre de mil setecientos setenta y nueve comenzaron las hostilidades entre los centroamericanos y los ingleses.

El primer ataque de éstos se dirigió contra la histórica fortaleza de San Fernando de Omoa, defendida por quinientos hombres entre guatemaltecos y hondureños, al mando del comandante don Santiago Desnaux, francés de origen, pero que hacia algún tiempo estaba al servicio de España. El veinticinco de septiembre del año citado, cuatro grandes navíos de guerra entraron en el golfo de Honduras y emprendieron contra la ciudad y castillo de Omoa un nutrido bombardeo. La artillería del fuerte contestó ventajosamente al enemigo, y después de algunas horas de terrible combate, los buques se retiraron del puerto con pérdidas y daños considerables.

Imposible describir el júbilo y entusiasmo de nuestras tropas en aquel día memorable; entusiasmo y júbilo legítimos y naturales, puesto que habían alcanzado la palma de la victoria en la primera acción de guerra de aquellas prolongadas campañas gloriosas sostenidas contra fuerzas europeas superiores a las nuestras en número y disciplina.

Esta jornada produjo el doble efecto de infundir confianza y decisión en los ánimos de los centroamericanos y de enseñar a los ingleses que tenían que luchar contra no despreciables contendientes.

Navíos de Linea Ingleses
Pasaron algunos días sin que el enemigo se presentase en nuestras costas; pero el dieciséis de octubre del mismo año, el comodoro Sutterell y el capitán Dalrymple, atacaron el castillo con doce navíos de linea, un gran cuerpo de tropas y una horda de indios mosquitos, sus aliados. El combate duró todo el día dieciséis, con igual encarnizamiento por una y otra parte, y a la caída de la tarde, los ingleses se retiraron del puerto, habiendo perdido dos buques que fueron varados por la artillería del castillo y sufrido, además, otros daños de consideración. Ebria de gozo la guarnición del pueblo por haber alcanzado tan espléndido  triunfo y creyendo que la retirada de tan poderosa escuadra era definitiva, entregose al descanso y al placer, y olvidó los deberes militares. ¡Lamentable conducta que produjo bien pronto tristísimas consecuencias!

Al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, una horda de zambos procedentes de las costas del norte de Honduras, a quienes los ingleses habían ganado con falsas promesas, ocupa la altura de la parte sur de la ciudad, e incendia las rancherías que estorban las operaciones de sitio, mientras los ingleses aprovechándose, de la confusión que estos hechos producen en los sitiados saltan rápidamente a  tierra y el toque de diana emprenden valerosamente el salto, sirviéndose de varias escalas pertenecientes al comandante de la guarnición y que, por un reprensible olvido, estaban abandonadas en las afueras del castillo.


El éxito de semejante lucha no era dudoso. Desprevenidos los defensores de Omoa, a causa de las imprudentes expansiones de júbilo a que se entregaron la noche anterior y sorprendidos de la rapidez y audacia del ataque, no tuvieron tiempo de defenderse: agréguese a esto la defección de una compañía de negros, que cayó prisionera en el momento de romper una puerta del fuerte para fugarse, y se conocerán las causas de que el enemigo haya tomado en tan poco tiempo una plaza que el día anterior no pudo rendir después de diez horas de combate.

El triunfo de los ingleses fue completo. Apoderándose de todo armamento del castillo, hicieron cuatrocientos prisioneros (pues de las tropas guatemaltecas solo se escaparon cien hombres, entre los cuales estaba el comandante Desnaux), y apresaron varios buques mercantes que estaban anclados en la bahía, cargados de mercadería pertenecientes a comerciantes guatemaltecos, y cuyo valor ascendía a tres millones de pesos.

Jamás, en los días de la denominación española, había sufrido el reino de Guatemala un golpe tan rudo, pues además de las citadas pérdidas materiales, la conquista de Omoa (el mejor y más fuerte de los castillos del reino), era una verdadera amenaza y un gran peligro para estos países que podían ser subyugados fácilmente, si se atiende a los escasos medios de defensa que entonces poseían, a la ventajosa posición del enemigo y a la disciplina, riqueza y mejor número de sus tropas.

No se crea que el amor patrio nos lleve a dar a estos acontecimientos más importancia de la que en sí tienen; pues allí están en nuestro apoyo varios historiadores británicos que al ocuparse de estas campañas nos dicen que los ingleses apreciaron de tan gran manera la conquista de Omoa, que la consideraron como brillante compensación de la península de Florida.

Los enemigos abusaron bárbaramente de la victoria: no solo negáronse a entregar las mercaderías apresadas, por las que ofrecía el comercio guatemalteco un gran rescate, sino que, contraviniendo además a los principios de derecho de gentes y a los preceptos de moral, quitaron la vida a sus infelices prisioneros e incendiaron y saquearon bárbaramente la ciudad de Omoa.

Acontecimiento tan doloroso como la pérdida de esta fortaleza, más que a otras causas debe atribuirse el descuido e impericia de jefe don Santiago Desnaux, quien no supo o no pudo dirigir bien la defensa. Así lo comprendieron las autoridades españolas, pues en comunicaciones dirigidas por el presidente don Matías de Gálvez al gobierno de la metrópoli, se dice que Desnaux fue procesado por este hecho, en la audiencia de La Habana.

Por lo que hace a las tropas nacionales debemos decir que se portaron con verdadero valor, y que si no se defendieron por más tiempo, debido fue a los motivos citados, a la sorpresa que naturalmente produce un inesperado ataque, a la falta de orden y sobra de confianza, y al mayor número y mejor disciplina del ejército ingles.

II

Gobernaba las colonias de Centro América en la época en que se verifican los sucesos referidos, el excelentísimo señor teniente general de los reales ejércitos don Matías de Gálvez, quien, de comandante de las islas Canarias, pasó a Guatemala en 1778, con el empleo de inspector general de tropas y milicias del reino y que, más tarde, en 1779, sustituyo en la presidencia del mismo al señor don Martín de Mayorga.

Era el señor Gálvez persona muy conocida y estimada por su basta instrucción, por su tino y prudencia en el manejo de los negocios públicos y por sus largos y patrióticos servicios. Por esta razón, al saberse en Guatemala su nombramiento para capitán general del país y presidente de su Real Audiencia, renacieron el gozo y la esperanza en los corazones de todos los guatemaltecos abrumados entonces por el peso de grandes y continuas desgracias.

Las ilusiones de los patriotas se vieron bien pronto realizadas; pues, desde los primeros días de su gobierno, supo el nuevo presidente satisfacer con sabias y oportunas disposiciones las necesidades más perentorias de la administración pública, infundir confianza y tranquilidad en el decaído ánimo de sus súbditos y atraerse el amor y respeto de criollos y peninsulares con sus finos modales, con su intachable conducta, con su benevolencia y desinterés, y con otras muchas buenas cualidades que hacían de él, más que un severo magistrado, un amoroso padre de familia.

No debemos ni queremos desaprovechar esta ocasión de tributar algunos elogios a aquel honrado gobernante y probo ciudadano; pues ni es deber del imparcial y justo historiador censurar a los capitanes generales españoles que en el gobierno de estos países cometieron toda clase de abusos y arbitrariedades y atendieron más a sus propios medros que al bienestar de la sociedad, también lo es honrar la memoria de los jefes que, como el jefe del que ahora hablamos, usaron del poder bondadosa y equitativamente y atendieron, más que a su interés personal, al progreso y felicidad de sus gobernados.

Ocupado se hallaba el presidente Gálvez en la fundación de Guatemala en el valle de la Ermita, y en otras importantes y pacíficas obras, cuando recibió la noticia de la declaratoria de guerra entre España e Inglaterra y las tristísimas nuevas de la conquista del puerto de Omoa por las  tropas de esta última nación. Inmediatamente, y sin desatender en absoluto los trabajos que antes embargaban su intención, puso su principal empeño en prepararse para la defensa y protección del país y en reunir tropas, armamento, viveres y demás elementos necesarios para hacer la guerra ofensiva y arrojar al enemigo, no sólo de Omoa sino también de otros territorios que nos tenía usurpados.

Grandes fueron los obstáculos que el señor Gálvez encontró en la realización de sus proyectos; pero todos los venció con su fecunda iniciativa, constante actividad e indomable perseverancia.

Exhausto el tesoro público a causa de las erogaciones hechas en la fundación de la nueva capital en el valle de la Ermita, el capitán general tuvo que reunir los fondos necesarios para la campaña, dictando extraordinarias pero indispensables y legítimas disposiciones, como el levantamiento de empréstitos, la imposición de moderadas contribuciones y la inversión, en la guerra, de rentas destinadas a otros ramos de la administración pública. No satisfecho aún con estas medidas, solicitó auxilios pecuniarios de México y de Cuba; solicitud casi infructuosa, pues el gobierno de Cuba no dio ninguna cantidad, y aunque México envió quinientos mil pesos, esta suma llegó a Guatemala cuando el peligro ya se había conjurado.

Si el estado de la hacienda nacional no era satisfactorio, tampoco lo era el del ejército, el cual se componía únicamente de dos batallones de la capital, el de dragones y el de Fijo, y de pequeñas guarniciones residentes en varias de las principales ciudades y fortalezas del reino; ejército casi insignificante, de escasa o ninguna instrucción militar y sin muchos elementos para sostener una reñida y prolongada contienda. Gálvez, sin embargo, no arredra ante estos obstáculos: aumenta sus tropas con gran número de voluntarios y nuevos batallones, pasa la mayor parte del día disciplinarlos y reúne, a costa de numerosos sacrificios, armas, víveres y demás elementos bélicos.

Concluidos estos y otros preparativos, el presidente se decidió a emprender la reconquista de Omoa. Bien hubiera podido, ya que su empleo y su avanzada edad lo autorizaba para ello, confiar la inmediata dirección de la empresa a jefes subalternos y atender y dirigir la campaña desde el recinto d su gabinete; pero creyendo que su deber lo llamaba al sitio de las operaciones militares y deseando por otra parte animar con su ejemplo y valor personal a sus noveles soldados, púsose al frente de las tropas y con ellas salió de Guatemala en octubre de 1779.

Jamás se había visto en la capital del reino interés y entusiasmo iguales a los que manifestaron en esta ocasión todas las clases de la sociedad: grandes y pequeños, ricos y pobres, naturales y españoles, todos recogían con avidez las noticias de la guerra, comentaban los sucesos, vitoreaban a la patria y al rey Carlos III, pedían venganza de la injuria hecha a la nación por los ingleses y, no limitándose en la hora del peligro a simples manifestaciones de palabra, ayudaron con obras a la defensa común, dando los ricos parte de su peculio para atender a los gastos de la guerra, alistándose los muy pobres en las filas del ejército y contribuyendo cada cual, según sus facultades, a la obra sagrada de defender la integridad de la Nación.

Y era natural que así sucediese; pues, además de que todos los pueblos, aun los más salvajes, se llenan de santa cólera y empuñan las armas cuando se les quita sus territorios y se destruye sus hogares, la ciudad de Guatemala ya tenía, a fines del siglo dieciocho, la cultura suficiente para que sus habitantes, manifestasen la indignación propia de un pueblo que conoce sus derechos, que ama la honra nacional y que está en vísperas de conquistar su independencia y autonomía.

Y al hablar de la cultura de esta ciudad en aquel tiempo, no se nos arguya (permítasenos la digresión), con el gastado estribillo de la "la obscura noche del coloniaje", pues la historia nos atestigua que, durante la dominación española, la instrucción pública se iba difundiendo, aunque lentamente, en nuestras poblaciones, sobre todo desde que la dinastía de los Borbones subió al trono de Isabel la Católica y de Carlos V.

Gálvez como ya se dijo, salió de la capital a fines de octubre de 1779, en medio de los aplausos y vítores de sus súbditos, Al pasar por los pueblos del tránsito, la novedad de un presidente que salia a compaña, por una parte, y por otra el natural deseo de tener alguna participación en las aventuras y glorias de la guerra, hicieron que se aumentase el ejercito con muchos voluntarios de Chiquimula y con varios de otras provincias circundantes.

Fortaleza San Fernando de Omoa

Grandes fueron las fatigas y penalidades que encontraron las tropas en su viaje por extensas regiones y ásperas montañas, en donde o no había caminos o los existentes se hallaban obstruidos por las lluvias; todas ellas, sin embargo, las sufrieron nuestros soldados con entereza y resignación tales, que a principios de noviembre acamparon ante los muros de Omoa, dispuestos a perecer o a reconquistar la fortaleza.

III

Antes de relatar los sucesos de la reconquista de Omoa, permítasenos refutar el error en que han incurrido algunos historiadores, propios y extraños, al tratar de esta materia.

El conocido escritor guatemalteco, presbítero Domingo Juarros, en el capítulo I, tratado III, tomo II del "Compendio de la historia de la ciudad de Guatemala". y el escritor mejicano Andrés Cavo, en la página 166 de su obra intitulada "Los tres siglos de la monarquía en Méjico", afirman que en la recuperación de Omoa no hubo combate de ninguna especie, por que al llegar al castillo la fuerza guatemalteca, ya los ingleses lo habían abandonado.

Para convencerse de la falsedad de este aserto, basta citar lo que acerca del mismo punto dicen los más verídicos historiadores, tanto nacionales como extranjeros. El ilustrísimo señor arzobispo de Guatemala, don Francisco de Paula García Peláez, en el tomo III, capítulo 109 de sus "Memorias para la historia de Guatemala"; el norteamericano Hubert Bancroft, en el tomo II, capítulo 34 de su obra "History of Central América"; don Modesto Lafuente, en el tomo 20, capitulo 13 de la "Historia general de España" y algunos otros autores, afirman terminantemente que en la recuperación de la citada fortaleza hubo encarnizada lucha.

Don Francisco de Paula García Peláez

A testimonios anteriores, de cuya veracidad no puede ni aun la crítica más exigente, debemos agregar el testimonio de varios documentos irrefutables de aquella época que demuestran nuestra aserción de una manera clara y evidente.Varios de esos documentos son las comunicaciones que acerca del asunto en que nos ocupamos, envió don Matías de Gálvez a la corte de Madrid; y otro es el que, con el número 60, está incluido en la "Colección de documentos antiguos del ayuntamiento de Guatemala", formada por sus secretario don Rafael Arévalo y el cual no es otra cosa que un informe dirigido por la municipalidad al rey Carlos III, acerca del gobierno político y militar del citado presidente Gálvez. Tanto éste como aquellos contienen la narración del combate habido en la reconquista de Omoa; y sus testimonios son más dignos de crédito, cuanto que el segundo procede de una respetable corporación contemporánea de los sucesos referidos, y los primeros, del mismo general en jefe de las tropas nacionales.

El error de Cavo y de Juarros se explica, además satisfactoriamente, recordando que el uno escribió muy lejos de Centro América(1) y que el otro no fue muy diligente, como es bien sabido, en consultar las obras y manuscritos antiguos.

Demostrado ya que la recuperación de la fortaleza tantas veces nombrada, no se hizo pacíficamente sino por medio de las armas, pasaremos a narrar este caso, con todos los datos que hemos adquirido y que por desgracia son muy pocos.

 A principios de noviembre del mismo año 1779 comenzó el sitio de Omoa, durante el cual hubo muchos combates parciales, sobre todo cerca del río del mismo nombre, cuya posesión se disputaban con igual encarnizamiento los guatemaltecos y los ingleses, porque en él se surtían de agua sitiados y sitiadores.

Las tropas nacionales pelearon entonces con tanta constancia y valor que, a pesar de su notoria inferioridad, el día veintiséis del mismo mes habían alcanzado ya grandes ventajas sobre los ingleses y construido seis lineas de atrincheramientos que las resguardaban del fuego de los enemigos, al mismo tiempo que estrechaban la fortaleza.

El jefe de los sitiados, previendo, sin duda, el resultado de aquellas luchas, y no pudiendo sostenerse más en aquel puesto, pidió y tuvo varias conferencias con los nuestros; las que, no dando ningún resultado, obligaron al presidente Gálvez a preparar un ataque decisivo. A la media noche del último del mes verificose el asalto definitivo. Los guatemaltecos, con grandes precauciones y sigilo, abandonaron sus posiciones, llegan al pie del castillo, escalan sus muros y caen de improviso sobre los ingleses, los cuales, después de algunas horas de sangriento combate, se ven obligados a buscar su salvación en la fuga, logrando, no obstante, clavar su artillería y llevarse el botín y los prisioneros que tenían en su poder.

El sol del 1o. de diciembre(2) iluminó con sus hermosos rayos un cuadro tan conmovedor como interesante. A lo lejos, sobre las azules ondas del golfo de Honduras, huían las naves británicas, conduciendo a los derrotados invasores de la patria; en las almenas del fuerte tremolaba el pabellón de Castilla, colocado allí por el denuedo y valentía de los guatemaltecos, y sobre los muros y sobre los campos adyacentes se veían los ensangrentados restos de la pasada contienda.

Tal fue la toma del castillo de Omoa; hecho que si para los extraños no tiene importancia alguna, si la tiene para nosotros que la consideramos como una brillante página de nuestros fastos militares.

Ni se crea que semejante acontecimiento se consideró en aquellos días como cosa indiferente o baladí; pues así como los españoles vieron en esa reconquista la salvación de una de sus más preciadas colonias, los ingleses la lamentaron como un golpe dado a sus proyectos de dominación en Centro América.

Carlos III de España

El rey de España concedió a Gálvez, en premio de sus servicios, el grado de brigadier u doble sueldo del que antes gozaba; también dio ascensos y recompensas a Felipe Gallego y Antonio Escuarzi, de Chiquimula, a Francisco de Aybar de Comayagua, y a Fernando Porras, Félix Domínguez, Francisco Troncoso, Luis Méndez de Sotomayor y Miguel Hermosilla, que fueron los jefes que más se distinguieron en la lucha y cuyos nombres citamos -aunque se nos tache de prolijos- como merecido tributo a memoria de aquellos de nuestros antepasados que derramaron su sangre en defensa de la patria.

Agustín Mencos Franco
Estudios Históricos sobre Centro América
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1,982

1. Andrés Cavo, jesuita, natural de México, que expulsado de su patria, como todos los de su orden, en tiempos de Carlos III, pasó a Italia en donde escribió la obra a que nos hemos referido.

2. La toma de Omoa se verificó el último de noviembre, según lo hemos dicho, y no el veinte de octubre como lo dice don Modesto Lafuente en la obra y lugar citados.

3 comentarios:

  1. ESTIMADOS HERMANOS:
    Solicito ungirme con el aceite de la uncion para mi conversion cristiana evangélica de la iglesia quichelense de la pastora Aurora Chan.

    Atentamente:
    Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
    Documento de identificacion personal:
    1999-01058-0101 Guatemala,
    Cédula de Vecindad:
    ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
    Ciudadano de Guatemala de la América Central.

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  2. La solución para los violadores sexuales es de los marginados sexuales con la parafilia voyeurista mientras que los precarios sexuales es con la necrofilia voyeurista. Yo soy un marginado parafílico de las bastardas porque nunca tengo secuaces altruistas. El parafílico es aquel que gusta de las necrofílicas. La calumnia de violador sexual debe a que cuando las suspicaces me adjudicaban con la moraleja de impostor, las tales, me resarcieron necrofílicamente fracasadas porque estaban perplejas (indecisas) en castigarme de mi parafilia voyeurista debido a que soy masturbatorio con el castigo sexual.
    Mis calumniadores son polifacéticos con los chismes de la gente porque en algunas regiones les declaran que me pueden escarmentar necrofílicamente pero en otras regiones les declaran que nunca pueden porque soy violador masturbatorio.

    Atentamente:
    Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
    Documento de identificacion personal:
    1999-01058-0101 Guatemala,
    Cédula de Vecindad:
    ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
    Ciudadano de Guatemala de la América Central.

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  3. Felicidades por tu artículo de Matias de Gálvez. Te escribo desde Tenerife, Islas Canarias, España y estoy escribiendo un libro sobre don Matías de Gálvez, gran amigo de mis antepasados y del que tenemos más de 100 cartas suyas. Un abrazo. Carlos Cologan

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