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jueves, 24 de octubre de 2013

El Caso de Belice, Parte 2 El Tratado Godolphin 1670 y la Paz de Utrecht 1713


Parte II

El Tratado Godolphin - 1670 y la Paz de Utrecht -1713

En 1670 se firma en Madrid el tratado de Godolphin, suscrito por el plenipotenciario inglés, William Godolphin y el español, Gaspar Bracamonte y Guzmán. En este tratado, entre otros temas, España termina por reconocer la soberanía inglesa sobre todas las tierras situadas en las "Indias Occidentales" (América) que estuvieran bajo control administrativo británico, "todas las tierras, islas, colonias y dominios situados en las Indias Occidentales...que el rey de la Gran Bretaña tiene y posee al presente", importante el hecho de que no queda especificado en dicho Tratado cuales eran estas tierras. 

Cuando alrededor de dos años después la reina de España emitió una cédula contra la piratería, en la cual ordenaba confiscar todos los barcos cargados con palo de tinte; entonces los ingleses, para defender el derecho (que no tenían) a exportar la madera trataron de reclamar lo pactado en el Tratado de 1670, sosteniendo que los Establecimientos ingleses en Yucatán y por ende el ubicado en lo que hoy es Belice, quedaban comprendidos en dicho Tratado en virtud del uso y ocupación efectivas. (Pero Inglaterra no tenía ninguna colonia o establecimiento oficial en todo el litoral del golfo de Honduras)

España por supuesto rechaza este punto de vista y alega que solo el hecho de habitar una tierra no es en esencia poseerla y que ella no había perdido la soberanía sobre estas regiones. Lo que los ingleses buscaban era justificar y con ello legalizar por así decirlo las usurpaciones cometidas, alegando que las tierras no estaban habitadas por españoles; Godolphin le termina dando la razón a España, ya que de apoyar lo reclamado sería reconocer a Inglaterra el derecho de colonizar tierras propiedad de la Corona Española no habitadas, sería llegar al mismo absurdo de reconocer que España tendría el mismo derecho de colonizar los montes y ríos de la Inglaterra deshabitada; por otro lado Godolphin recomendaba que el corte de madera se hiciera encubierto y a trasmano (under hand), y trato de convencer a España para que aceptara tal practica.

Sir William Godolphin
Un mes después de la carta de Godolphin, la Reina de España expidió otra cédula declarando piratería la ocupación no autorizada, y el comercio con las Indias Occidentales. "A partir de entonces la actitud británica fue de un aparente reconocimiento incuestionable de la soberanía española; acompañado, durante más de cuarenta años, de esfuerzos patéticos para inducir a España a conceder el privilegio del corte de madera"1.

A pesar de dicho Tratado, la Corona Inglesa continuaba protegiendo abiertamente a los piratas, los cuales se internaban en territorios de Yucatán, Campeche y Guatemala. Así, en el año de 1696, se apoderan de la isla de Tris en la laguna de Términos (actualmente se le conoce como Isla del Carmen, Campeche). La gota que derrama el vaso, y el virrey de México, por ordenes del Rey de España, envía contra ellos una expedición al mando de Alonso Felipe de Andrade, quien de manera brillante derrota a los ingleses y los desaloja de la isla en el año 1717 después de 21 años de ocupación.

La Paz de Utrecht 1713

Ya en 1713, España había sentado definitivamente su interpretación del Tratado de 1670, en el sentido de que quedaban excluidos de dicho tratado los "Establecimientos Madereros". Las proposiciones presentadas para el tratado de Utrecht por parte de Lord Lexington quien, mas o menos tenía la misma línea que la de Goldphin, contiene, según Alder Burdon, "una abyecta confesión de culpa de la Gran Bretaña y el propósito de sujetar el corte de palo a la licencia y al buen comportamiento". Los artículos propuestos por Lexington no fueron incluidos en el tratado, sino que más bien se introdujo una cláusula de redacción ambigua en la que parecía reconocerse ciertas "libertades y facultades a los ingleses existentes antes del tratado, y que más tarde sirvieron de base a la argumentación inglesa de que dicha clausula reconocía los derechos de Inglaterra sobre Belice".2

De 1717 a 1729 se desarrolla en Europa la guerra entre España e Inglaterra, durante la cual España sostuvo que los frecuentes hechos de armas e incursiones para expulsar a los piratas madereros no habia sido reclamados por Inglaterra, lo cual equivaldría al reconocimiento de la soberanía española. Mientras esto pasaba en el Viejo Mundo; en las colonias, Figueroa y Silva, gobernador y capitán general de Yucatán, llevaba a feliz término su brillantísima campaña, que dio por resultado la expulsión de los piratas de todos los puntos que ocupaban y culminó con la ocupación y destrucción de Belice, "sin consideración alguna al gobierno inglés a quien no se consideraba interesado en aquel nido de bandidos".3 La primera reclamación formal hecha por inglaterra, fue, precisamente en 1729, después de la paz de Sevilla, fecha en que denunció como vejatorios los heroicos hechos de Figueroa en Belice; el Gobierno español reprobó entonces la campaña de Figueroa, pero, arrepentido más tarde de su injusticia, retiró la reprobación. Este gran capitán murió en 1733, "con la muerte de Figueroa perdió Yucatán el más grande de sus gobernadores, y a su patriotismo, valor, celo y constancia debe México el que su suelo no haya sido hollado por los ingleses y que estos se hayan concentrado a despojar a la débil Guatemala de los 20,000 Kilómetros cuadrados que, contra jure, aún conservan en posesión".4

Conclusiones

En el tratado de Godolphin, se encuentra una llamada que aclara cuáles eran las posesiones británicas en América a la fecha del tratado, dejando ver que Inglaterra poseía en 1670:
La Isla Barbada,
La Nueva Inglaterra,
La San Cristobal,
La Canadá,
La Jamaica,
La Nevis,
La Antigua,
La San Vicente,
La Dominica,
La Monserrate,
La Anguila,
La Carolina,
La Nueva Founkland,
La de Tabuco,
La Providencia,
Puerto Rico,
La de Barran,
Las Virgenes,
La Sombrero,
San Martín,
Sabá,
Estacca,
Las Nieves, Redonda, Tilán, Taria, Guadalupe, La Deseada, Marigalan, Todos Santos y las provincias de Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland y Nueva York.

Como puede observarse, El campamento de Belice no se encuentra comprendido en esta extensa lista. por lo que es completamente absurdo alegar que dicho territorio quedaba considerado en dicho tratado de 1670.

Despues de la muerte del destructor de la guardia de piratas en Belice, El Gran Capitán y Gobernador de Yucatán, Antonio Figueroa y Silva, aquellos volvieron a ocupar los cayos cercanos a la costa, y en 1737 se establecieron otra vez en el territorio, avanzando continuamente y practicando el contrabando. Para evitar esto, España celebró con Inglaterra, en 1739, el tratado del Pardo, pero Inglaterra cometió tan flagrantes violaciones a dicho tratado, que España se vio obligada a declararle la guerra, que terminó con el tratado de Aquisgrán de 1748. De aquí en adelante, en 1750, 1753, 1756 y 1761, España insistió formalmente en sus derechos y no vaciló en calificar como robo el corte de madera.

El Caso de Belice
Gustavo Santizo Gálvez
y
Belice Tierra Nuestra
Francis Gall
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1975 y 1962 respectivamente

Notas:
1. John Alder Burdon, "Archives of British Honduras", 1931-1934.
2. Burdon, obra citada.
3. Asturias, "Belice", 1925, página 19.
4. Asturias, obra citada, página 20.

jueves, 10 de octubre de 2013

El Caso de Belice, Parte 1 Fundación del Establecimiento de Belice



Parte I

Fundación del Establecimiento de Belice

ANTECEDENTES

Durante los cuarenta y cuatro años del reinado de Isabel Tudor, Inglaterra da los primeros pasos hacia la formación del más vasto imperio colonial que se conoce. Sus naves surcan todos los mares y sus hombres inician, con muy diferentes procedimientos, el apoderamiento de grandes y pequeñas extensiones territoriales en todos los continentes.

La insigne hija de Enrique VIII no veía con buenos ojos el poderío que cincuenta y cinco años antes, había dado a España el talento y la audacia de un incomprendido genovés al tomar posesión a nombre de los Reyes Católicos, de los inmensos y riquísimos territorios de las Indias Occidentales. Su desmedida ambición, nota peculiar de su carácter, la llevó a emplear todos los medios posibles para acabar con la grandeza, ya un tanto menguada por la ineptitud de sus dirigentes, de la potencia política y militar más influyente de su época.

Con este fin, no vaciló en atacar el corazón mismo de la España de entonces, minando en sus colonias las verdaderas fuentes de su poder y de su gloria. Protegió abiertamente a brillantes aventureros, quienes, comandando a verdaderos bandidos de mar, se dedicaron a la fructífera tarea de asolar las costas americanas sin el menor respeto a la soberanía de España ni a la vida de sus súbditos, que, por otra parte, la metrópoli no estaba en posibilidad de proteger dada la situación política del momento en Europa, las inmensas distancias que la separaban de sus colonias y la innegable decadencia de su marina.

Esos merodeadores (algunos "verdaderas glorias de Inglaterra") que la política ambiciosa de Isabel lanzo sobre las indefensas colonias españolas en América, dejaron a su paso las más terribles y sangrientas huellas; su obra, continuada en un lapso de más de docientos años, fue de tremenda consecuencias para los países costeros del mar Caribe, los cuales sufrieron, por las hazañas de aquellos insignes navegantes, la pérdida de cientos de vidas, la destrucción de aldeas y pueblos, el saqueo de ciudades enteras, la usurpación de territorios y que, a la postre, pagaron, según una opinión inglesa, como tributo a las armas conquistadoras (?) de tan distinguidos marinos, con un paupérrimo territorio, sin ningún valor estratégico y de apenas 22,270 kilómetros cuadrados: Belice.

La primera noticia que se tiene de la aparición de estas "buenas gentes" en los mares americanos, se remonta al año 1570, fecha en la que, según refiere Francisco Asturias, la América Central tuvo que cambiar sus rutas comerciales por los mares del sur a causa de que los piratas tenían bloqueados todos los pasos del norte. La primera invasión de territorio americano no se efectúa, sigue diciendo Asturias, sino "hasta enero de 1572, en que se presentan en Puerto Caballos tres navíos franceses y una chalupa con corsarios luteranos"1.

No vamos a hacer aquí la reseña histórica de la interminable serie de crímenes cometidos en las Américas por los piratas al servicio de Francia e Inglaterra, naciones que, en aquellos tiempos, se hallaban interesadas en el debilitamiento de España. Dando un salto de cien años, nos colocamos en 1670, en que ya se encontraban los piratas ingleses establecidos en territorios pertenecientes a la parte septentrional de la Capitanía General de Guatemala.

¿Cómo y cuando llegaron y se apoderaron esos señores de aquellas comarcas? Es una cuestión acerca de la cual no se han puesto de acuerdo los historiadores. Isabel I, quien como hemos mencionado fomentó la piratería para enriquecer a la Gran Bretaña con el producto de la rapiña, haciendo nobles a individuos de carácter cínico y licencioso y de sin rival audacia, como Sir Walter Raleigh y Sir Francis Drake.

Sir Walter Raleigh
Un aventurero escoses llamado Peter Wallace, hombre de confianza y lugarteniente de Sir Walter Raleig en todas sus piraterías, al enterarse que había sido reconocida la hermosa bahía de Santo Tomás de Castilla, llamada después de Atique y hoy de Amatique..."compró seis buques que los tripulo con la gente más desalmada de Londres y se dirigió a la América el día 14 de mayo de 1603... me imagino que es en esta expedición cuando él llega a la desembocadura del Rió Viejo, que desde entonces comienza a llamarse de Wallace o de Belice"2. La relación que hacen algunos historiadores, situando la fundación de Belice en el año de 1717, al ser desalojados los piratas ingleses de Yucatán y Campeche por Alonso Felipe de Andrade, parece falsa, puesto que Wallace murió en 1621, poco después de haber fundado la ranchería de Belice en la desembocadura del Rio Viejo.3


La primera noticia que se tiene del Establecimiento, es un informe de 1680 relativo a la captura por los españoles, de un barco cerca de los cayos de Yucatán, o cayos de Turrinife -hoy Turrneffe- en los arrecifes situados frente a Belice.4

En el primer intento autorizado oficialmente para hacer la historia de la colonia, se asienta que el Establecimiento no es anterior a 1650. (Honduras Almanack, 1826).

También se atribuye el descubrimiento de la desembocadura del Río Belice, a Wallace, un teniente de piratas de quien se deriva el nombre Belice. (Honduras Almanack, 1827).

Otra versión afirma que el Establecimiento fue fundado en 1638, por unos marinos náufragos. (Honduras Almanack, 1829).

No falta quien considere como fundador del Establecimiento, a un jefe de corsarios escoceses, nativo de Falkland, llamado Wallace, que habiendo sido desalojado de la isla de Tortuga, erigió algunas cabañas y una fortaleza en el punto que los españoles llamaron Wallis o Belis. (Homduras Almanack 1839).Briges, asienta que fue Wellis, el famoso bucanero y ex gobernador de Tortuga, el que se estableció nuevamente en el río y le dio su nombre en 1638.5

Bancroft. afirma que fue Peter Wallace, con ochenta hombres, el primer colonizador.6

La Enciclopedia Británica atribuye el origen del Establecimiento en la Bahía de Honduras a cortadores de palo tinte que habían sido bucaneros y que se establecieron allí, en el año de 1638.7

Alder Burdon dice que hasta hoy es imposible afirmar nada en definitivo sobre este asunto. Nosotros creemos que el Establecimiento fue fundado entre los años de 1603 y 1617, ya que con anterioridad a la fecha primeramente citada, no se encuentran noticias de que el pirata que le dio su nombre a Belice, haya merodeado por el golfo de Honduras.

Lo cierto es que en el año de 1670 ya se encontraban los piratas ingleses, en número de 700, establecidos en la desembocadura del río Belice, haciendo de este punto el centro de operaciones de sus correrías y pillajes, a la vez que se dedicaban al corte de palo de tinte o de Campeche, con cuyo objeto se habían extendido hacia el interior del territorio, avanzando en todas direcciones.

Palo de Tinte o de Campeche
Refiriéndose a los cortadores de palo de tinte o de Campeche, en Belice, así como a los contrabandistas holandeses, nos dice Alcedo:8

"Quando los marineros en Jamayca se ven perseguidos por deudas o delitos, se embarcan para la bahía de Honduras; el equipage que llevan consiste en provisión de hachas, escoplos, sierras, cuchillos grandes, una piedra de afilar, un fusil, pólvora, balas y perdigones, que todo lo encierran en una arca y una tienda lada con una cuerda; su ocupación es cortar la madera más cerca del mar que es posible, y las tartanas de la Nueva Ynglaterra que van a Jamayca; si no encuentran allí carga, vienen a esta bahía a buscarla; muchas veces juntan montones los cortadores antes de tiempo, y si los dexan solos no se atreve nadie a tomarlos. ESTE TRAFICO SE HIZO UNA MADRIGUERA DE PIRATAS, Y DE MALHECHORES DE MARTINICA, JAMAYCA Y CURAZAO Y DEMÁS YSLAS ACOSTUMBRABAN BUSCAR GENTE EN LA BAHÍA, QUE ERAN ATREVIDOS, HECHOS A LA FATIGA, BIEN ARMADOS Y BUENOS MARINEROS"...(Los subrayados son del suscrito). 


¿Cuál era el título de la presencia de los ingleses en aquellas regiones en 1670? No tenían ningún título legal, habían cometido una verdadera usurpación de territorios pertenecientes a la Corona de España, y el corte de madera al que se dedicaban, no podía calificarse más que robo.

Es más, el pirata Wallace y los que le sucedieron, no ocupaban los territorios a nombre de la Corona Inglesa, lo cual se desprende del tratado de Utrecht de 1713, celebrado entre Inglaterra y España, puesto que "ni en el Tratado de Utrecht celebrado en 1713... ni en tratado alguno anterior se habló nada respecto de Belice; no obstante que por aquella estipulación obtuvo Inglaterra cuanto podía desear, pues se hizo dueño de Gibraltar y de la isla de Menorca, y se le concedió el privilegio exclusivo del tráfico de negros en la América Española".9 Así pues, Inglaterra no tenia, en 1670, ninguna posesión, ni colonia, ni establecimiento alguno en Belice, que no era más que un nido de bandidos. Todos los malhechores de la Martinica, Jamaica y Curazao, se reconcentraban en la "Bahía" haciendo de Belice un verdadero nido de piratas y ladrones.10

Notas:
1. Asturias, "Belice", 1925, página 11.
2. Asturias, obra citada, página 8.
3. Asturias, obra citada, página 8.
4. John Alder Burdon, "Archives of British Honduras", 1931-1934.
5. "Annals of Jamaica", 1928.
6. "History of Central America", 1883.
7. El Caso Belice, Sentencia y voto razonado en contra, Corte de Constitucionalidad, 1993.
8. "Diccionario Geográfico-Histórico", Alcedo, página 369.
9. Manuel Peniche, "Historia de las relaciones de España y México con Inglaterra sobre el Establecimiento de Belice". 1869.
10. Thompson, "Geographical and Historical Dictionary of America and the West Indies".

Gustavo Santiso Gálvez
El Caso de Belice
A la Luz de la Historia y el Derecho Internacional
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1975

miércoles, 9 de octubre de 2013

La Tentativa del León y el Éxito de su Empresa

I

INVOCACIÓN

La tentativa de abatir al hombre
que por su ingenio y su virtud se eleva,
cantar deseo, Musa, si propicia,
de tal conformidad mi voz alientas,
que sugiera instrucciones saludables
al mismo tiempo que a la risa mueva.

II

LA VOZ MATERNA

Había en los desiertos africanos,
entre un grupo de rocas, una cueva
donde parió una leona su cachorro
y le ocultó con suma diligencia.
Después que con su leche le ha nutrido,
de carnes elegidas le alimenta,
y da, con excelentes instrucciones,
la última mano a su piedad materna,
le refiere sus nobles ascendientes,
no para que sus glorias le envanezcan,
sino para que imite sus virtudes,
cuyos modelos tiene tan cerca.

-¡Qué gloria, tener -dice- un padre ilustre!
¡Qué confusión el no seguir sus huellas!
¿Hablarás del honor de una familia
que en ti produzca su mayor afrenta?
Debes ser compasivo y generoso,
por lo mismo que nadie tiene fuerza
para dañarte, y, exceptuando el hombre,
todo a tu fuerte imperio se sujeta.



III

CONTRA LA SOBERBIA HUMILDAD

El león orgulloso aquí se enoja,
sus ojos, encarnados centellan,
la piel movible de su frente se agita,
y erizada sacude la melena.

-¿Quién es -pregunta- quién, ese viviente
que resistir a mi pujanza pueda,
cuya sola mención ha acibarado
las palabras más dulces y halagüeñas?
Con solo...(En ese instante da un bramido
que estremece la gruta, el bosque atruena,
y el eco que repiten las montañas
por todo el horizonte se dispersa).

-El hombre -dice la prudente madre-
es animal de una maldita fuerza
que la suele aumentar el ejercicio,
sin que a la tuya compararse pueda;
mas, con sagacidad, industria y maña,
todo lo rinde, todo lo sujeta:
oprime el mar, se sirve de los vientos,
arranca las entrañas de la tierra,
y, lo que me horroriza al referirlo,
el rayo ardiente a voluntad maneja.
Y así, evita encontrarlo; huye hijo mío;
acelerado corre a tu caverna...
es el hombre feroz con sus hermanos
¿cómo no lo será con una fiera?

-¿Qué yo me esconda? -dice-. ¡He de buscarle,
y en singular batalla, aquel que venza 
tendrá la primacía, no fundada
en la opinión, fundada en la experiencia!
Sé que temeridad y cobardía
son dos extremos que el valor detesta;
mas se deben probar todos los medios
de conseguir una gloriosa empresa.

-La ardiente juventud te precipita,
-le replica la madre- no es prudencia
buscarse por sí mismo la desgracia,
aunque es valor sufrirla cuando llega.
Entonces el león dice: -¿Haré alarde
¡pese a mí! de rendir la mansa oveja,
que no pudiendo oscurecer mi gloria,
de mis garras es víctima indefensa?
Estoy determinado; no te canses
en oponer a mi pasión violenta
de la razón los débiles estorbos...
¡O me veas triunfante o no me veas!



IV

EN BUSCA DEL HOMBRE

Dice -y al punto, presuroso, parte,
cuando la noche a descorrer empieza
el manto oscuro, que hace majestuoso
el pálido esplendor de las estrellas.

Sin rumbo fijo, sin torcer el paso,
por el tupido bosque se abre senda,
insensible a las puntas de las zarzas,
que le hacen obstinada resistencia.

Sale por fin al anchuroso campo,
y en él, un animal se le presenta
que, a los plateados visos de la luna,
con atención, mas sin temor, observa.

-Robusta es la cerviz -dice- en la frente
tiene con sus adornos la defensa.
¡Qué nerviosos los pies! ¡Qué forcejudas
deben ser esas manos corpulentas!
¡Con cuanta impavidez, qué satisfecho
yace, creyendo que ninguno pueda
tener atrevimiento de inquietarlo,
disputando con él la preeminencia!
Entre tanto, distraído tremolaba
la cola, que, al tocar las hojas secas,
caídas de los árboles vecinos,
formaba ruido extraño que amedrenta...
Era el rendido buey que descansaba,
para tornar de nuevo a su tarea.

Perezoso se apoya en una mano,
la otra después, con lentitud asienta,
e impeliéndose, al punto de levanta,
dejando ver cuál es su corpulencia.

Retirarse el león, es de cobardía;
hacerle frente, peligrosa empresa:
cualquier extremo tiene precipicio;
mas después de un momento, delibera
que es preferible una gloriosa muerte
a una vida comprada con bajezas.

Así determinado, se adelanta
excusando camino al que sospecha
ser el hombre, a quien busca y furibundo,
y horrible y denotado se presenta.



V

INTERROGA AL BUEY

-¿Tú eres -le dice- el hombre, que presume
ser sólo él, soberano de la tierra,
creyendo que su rango y primacía
todo animal, temblando reverencia?
-No -responde- ¡ay de mi! no soy el hombre;
soy de los infelices que sujeta,
y a quien por los más útiles servicios
da la más dura y vil correspondencia.
Al punto que nací, mando a mi madre
que mi alimento natural partiera
entre él y yo, y sólo a ciertas horas
tomaba hambriento las ordeñada teta.

Después impuso a mi cerviz el yugo,
aun antes de cumplir tres primaveras,
para hacerme arrastrar cargas enormes;
y si el peso y el sol me desalientan,
en lugar de apiadarse, enfurecido,
con su aguijón me hiere sin clemencia.

Si en las sutiles cañas, las espigas,
agitadas del aura, balancean,
yo he preparado el delicioso cuadro,
abriendo surcos en la dura tierra
que con tanta abundancia le produce
el grano, cuyas pajas me presenta.

¡Ay! Cuando me envejezco en su servicio
¿de qué suerte corona mi carrera?
Después de maniatarme, a sangre fría,
me da el golpe fatal: no le penetran
los gritos y clamores repetidos
que mis útiles obras le recuerdan.

Mira sin conmoción correr mi sangre,
y se sirven mis carnes en su mesa
¡sin horror!, como vianda delicada...

Y pues esto del hombre te da idea,
toma ese rumbo y apresura el paso,
que yo debo tomar la parte opuesta,
porque si tú deseas encontrarle,
yo apetezco y procuro no me vea.



VI

NOCHE TRISTE

La fiera rencorosa, estas palabras
escuchó con asombro, y no sospecha,
que acaso el buey sea uno de los criados
que hablan mal de sus amos y exageran
lo bien que sirven y lo poco o nada
que por ser fieles y oficiosos medran.

Es su enemigo el hombre y eso basta
para creer las calumnias más groseras,
pues así le parece, justifica
el odio que en su pecho reconcentra.

Mas el taimado señaló aquel rumbo
deseoso de acabar la conferencia
y así le hizo vagar toda la noche,
sin hallar cosa que a hombre se parezca.

La Aurora, cuyos labios como rosas
una sonrisa tímida bosquejan
escucha las pintadas avecillas
que con dulces gorjeos la celebran;
en tanto, el león descubre otro viviente
que al buey en la estatura se asemeja.



VII

LA OFENSA DEL CABALLO

Al él dirige su marcha acelerado,
y con tono insultante, así que llega,
-¡Eh! ¿Tú eres el vil hombre? -le pregunta,
pero aquel animal, que airoso muestra
gallarda petulancia y noble orgullo,
no le da tan de pronto la respuesta-.

Primero atentamente lo examina,
en los pies se recarga, ambas orejas
hacia él dirige e impávido responde:
-Del hombre, a quien se rinde mi soberbia,
un criado soy, que con placer de sirvo,
tomando como mías sus empresas-.

En sus largas jornadas lo conduzco
puesto sobre mi lomo; con la espuela
me bate los ijares y yo entonces,
corriendo más veloz que una centella,
alcanzo a los rebeldes fugitivos
que no quieren estar a su obediencia.

Si es demasiado mi fogoso empeño
con el freno al instante lo modera
y con el mismo freno me prescribe
el paso en que he de andar y por qué senda.

¡Qué peligros arrostro por servirle!
cuando el clarín y los timbales suenan,
erizada la crin, hiriendo el suelo,
como sensible a la gloriosa empresa,
lejos de amedrentarme los horrores,
a mi señor advierto la impaciencia
con que deseo entrar, por él, en parte
de los riesgos y afanes de la guerra.

Sonó entonces de lejos un relincho,
y el caballo al oírlo: -Aunque quisiera
seguir hablando -dijo- me precisa
ir a donde me llaman con urgencia.

Luego, volviendo las torneadas ancas,
con tal ímpetu emprende la carrera,
que a la fiera en los ojos encendidos
con las patas arroja las arenas.

Al león, no el dolor, sino el insulto,
le es insufrible. De la acción violenta
jura vengarse, y para hacerlo pronto,
sus ojos frota con las manos vueltas;
mas después que los abre, el veloz potro
ya no parece en la llanura inmensa.



VIII

OTRA VEZ SOLO

Sigue, no obstante, por el mismo rumbo,
creyendo que se oculta en las hileras
de unos frondosos árboles que mira;
mas pierde la esperanza cuando llega
al sitio majestuoso consagrado
al genio reflexivo...

Las Napeas
con el dedo en los labios, a los Faunos,
que avanzan por mirarlas más de cerca,
silencio imponen, y las blandas alas
céfiro con ternura mueve apenas.
Duerme la Ninfa de una clara fuente
que deja ver su reluciente arena;
copia después los sauces de la orilla
y más en lo profundo representa
la perspectiva augusta de los cielos
por la parte oriental, que Febo incendia.

¡Qué hermoso carmesí! ¡Qué franjas de oro!
La avenida de luz por allá deja,
sobre un hermoso fondo azul celeste
un jaspeado color de madreperla.

Al león, este cuadro nada importa,
siendo su celestial magnificencia
para aquel corazón bueno y sensible,
que odio, envidia, venganza, no envenenan.

Trepa ligero al sauce más antiguo:
Mira por todas partes y no encuentra
por ninguna el objeto de sus iras;
pero siendo oportuno a sus ideas
aquel sitio, en el brazo más robusto
que hay en la rama principal, se sienta.



IX

ESCUCHA AL PERRO

Ve desde ahí venir hacia la fuente
un animal de poca corpulencia,
aunque muy bien formado, que clamando
con vos aguda, su dolor expresa.
Cuando llegó a distancia en que podía
el león escucharle ¡Qué sorpresa!
¡qué accesos de furor! Habla del hombre,
a quien, como si oyéndole estuviera,
con dulce entusiasmo del cariño,
le dirige la voz de esta manera:
-¿Dónde, señor, estás que no me escuchas?
¿Quién como yo te advierte los peligros
o se expone a morir en tu defensa?
Ningún criado te da más testimonios
de amor, de sumisión y de obediencia;
pues si las leves faltas me castigas,
no opongo a tu furor más que la queja.
Lamiéndote la mano que me hiere,
y postrado a tus pies, pido me vuelvas
a tu amistad, y una mirada tuya,
golpes, desprecios, todo lo compensa.
Si me mandas seguir alguna caza,
¡con qué empeño, qué celo, qué presteza,
la persigo, la alcanzo y de ella triunfo!
Mas sobrio te la entrego, sin que pueda
mi integridad faltar, aun en el caso
de que el hambre furiosa me acometa.
Cuando duermes, yo velo cuidadoso;
rondo la casa, porque no sorprenda
algún extraño tan preciosa vida;
muestro, además, mi celo en la defensa
de animales a quienes dañaría,
si el placer que te causan no advirtiera.
Mas por aquí el olfato... ciertamente...
si, por aquí pasó, según la huella
decía el perro, oliendo las pisadas
que vio estampadas en la blanda tierra.
Sigue el rastro, creyendo que ninguno
nada de cuanto dijo oírlo pudiera
-¡Y el enemigo lo escuchaba todo!-
¡Esas facilidades de la lengua!



X

CONFLICTO INTERNO

El león, confundido, no concibe
qué magia, qué virtud el hombre tenga,
pues que los animales más valientes,
de grado se le rinden, o por fuerza.
Baja, no obstante, y se encamina al sitio
en el que el perro observó la humana huella;
al llegar, cuidadoso la examina,
y viendo su tamaño, considera
que excediendo a la suya en otro tanto,
tendría su rival doble grandeza.
En traje de prudencia, disfrazado
el pálido Temor, temblando llega,
y tomar la espesura le persuade
con el semblante, la actitud y señas.
Mas luego, la opinión inexorable
que tiraniza el globo de la tierra,
con ojos torvos -¡Qué dirán!- le grita...
No dice más ni aguarda la respuesta.
Venid, acá, censores inflexibles,
no aguardéis a que el éxito se vea
para fallar en tono decisivo:
El león, vuestro sabio juicio espera;
cuando ya no le sirva, si es vencido,
sería locura proseguir la empresa;
como si vence debe ser cordura
no abandonar una victoria cierta.



XI

ENCUENTRA AL HOMBRE

Al león, fatigado, que no sabe
a dónde encaminarse, o qué hacer deba,
un matorral espeso le convida,
y en él, dudoso, a descansar se interna,
notando que ahí puede sin ser visto,
observar cuánto pasa por de fuera.
El sueño le acomete; él se resiste
y le rechaza, en fin, cuando ve cerca
un animal bien hecho, cuya mole
solo sobre los pies mantiene recta.

No arman sus manos -dice- corvas uñas;
es adorno su pelo, no cubierta;
calma y bondad anuncia su semblante;
todo es blandura, gracia, inocencia.
¡En tu favor previenes ser amable!
¿Serás, dulce viviente, serás presa
que esclavice y degrade el feroz hombre?
¡No hará tal, que yo salgo a tu defensa!
Se levanta, se estira, se sacude,
y se dirige al que auxiliar intenta;
mas como ve su turbación, le dice:
-El hombre es a quien busco, nada temas.
-Pues bien, yo soy el hombre que buscabas
¿qué se ofrece? -le dijo con firmeza.
-¿Eres tú -le pregunta- eres el mismo?
-Sin duda soy el mismo -le contesta.
-¿Cómo, exclama el león, tantas maldades
ocultas con tan bellas apariencias?
-Dejemos -dijo el hombre- los insultos
que irritan, aunque propios de una bestia;
y así, para evitar contestaciones
puedes volverte al bosque y yo a la aldea.
-No -responde el león- no nos iremos:
Hoy mismo quiero ver por experiencia
si acaso eres conmigo tan valiente,
como tirano con las otras bestias.
Pone, el hombre, en tortura su discurso
porque le suministre alguna treta
mas la presencia de ánimo no pierde
que es lo que en tales casos aprovecha.
-Mira, dijo al león, siempre la fama...
Ya se ve, es imposible que uno pueda
a todos comentar... más no me opongo;
estoy conforme a lo que tú más quieras
pero antes que riñamos, es preciso
hacer para mi casa un haz de leña;
porque si tú me vences, ya eso menos
tendrá que hacer mi débil compañera;
cundo no, quedaré debilitado,
porque no hay enemigo que no ofenda.



XII

LA IDEA TRIUNFANTE

El león no advertía que en un tronco
cuyas profundas raíces lo sustentan,
y que tenia cerca su enemigo,
una hacha muy pesada estaba puesta,
Tomola, pues, el hombre y ahí mismo
la clavó con tal ímpetu y violencia,
que bien se percibió crujir el tronco,
vibrar el aire, retemblar la tierra.
Después con tono impávido le dice:
si apeteces cuanto antes la contienda,
ven a ayudarme a dividir el tronco.
El león, que el reñir a punto lleva,
-¿Cómo quieres -pregunta- que te ayude?
y el hombre contestó: -De esta manera.
Y atrás doblando un pie, sobre si tira
el extremo del astil con gran fuerza:
En un lado del hacha fue el apoyo;
con el otro venció la resistencia
del tronco, haciendo en él una abertura.
Y pujando dice: -¿Con presteza...
¡Tírala luego por la parte opuesta!
¡Con valor... Ahora... Fuerte! Y el incauto
mete las manos hasta las muñecas
para abrir más el tronco; pero el hombre,
soltando la palanca, preso deja
a su rival, que brama de coraje
y del dolor, que le hace ver estrellas.
Entonces, con irónica risita
le decía: -"Verás por experiencia
si acaso soy contigo tan valiente
como tirano con otras bestias".
¡Rebelde! ¡A palos domaré tu orgullo,
y amarrado después, con fuerte cuerda,
te llevare arrastrado por las calles,
para que en la horca deshonrado mueras!



XIII

VENCERSE ES MAS QUE VENCER

Tanto el tormento de la mordedura,
como lo doloroso de la afrenta,
angustian al león: pierde el sentido;
se desmaya, inclinando la cabeza
contra el pérfido tronco; mas volviendo
en sí otra vez, le dice -¡Hombre! respeta
los decretos del cielo en la desgracia,
que hacer mayor pretendes con la afrenta.
Si acaso te es tan dulce la venganza
tienes tú, mano armada, y yo cabeza;
hiere al que ingenuamente reconoce
que a todo es superior tu inteligencia.
-No -dijo el hombre, entonces- ¡vive honrado!
Y al mismo tiempo, fácilmente suelta
al vencido león. Y sigue hablando:
-¡Mucha gloria es vencerte, noble fiera;
mas, sin comparación es más glorioso
el triunfo celestial de la Clemencia!


Fray Matías de Córdova

NOTA. Llenando, la fábula que antecede, las condiciones del poema, juzgué que la caracterizaba más, dividiéndolo en trece cuadros que facilitan su lectura y aprendizaje. Los números, y los títulos de ellos, no deben enunciarse en la recitación declamatoria, porque no son del autor, y porque entorpecería el curso armónico del recitado. Los antepuse para la lectura, pensando que ayudan a la comprensión y enlace de la fábula especialmente a los escolares y a quienes la lean por primera vez. Aunque las estrofas son desiguales, los cuadros las reúnen por ideas semejantes, quitando la dificultad contraria, que trae la forma usada, algo confusa, de reunir en un solo bloque, los cuatrocientos diez y seis endecasílabos de que consta toda la fábula. -Flavio Guillén-

Flavio Guillén
Un Fraile Prócer
y una Fábula Poema
Tomo I
Editorial "José de Pineda Ibarra"
Ministerio de Educación Pública
1966